En un rincón de la capital hidalguense, donde el aroma a pan recién horneado se mezcla con historias de trabajo y tradición, se encuentra la panadería El Charro, fundada en 1969 por don Marcelino Mejía Oviedo, un panadero originario de Omitlán de Juárez, quien con dedicación y oficio convirtió su pasión en un referente del pan artesanal en Hidalgo.
“De chavito, mi hermano y yo trabajábamos en una panadería; de ahí nació el gusto por este oficio”, recordó don Marcelino, hoy ya retirado de la producción, pero aún al frente de su negocio como supervisor y maestro de sus hijos y nietos. De sus ocho descendientes, siete se encargan de continuar el legado en los hornos y mostradores.
El primer horno de El Charro no estuvo en Pachuca, sino en Real del Monte, donde el joven Marcelino fundó su primer establecimiento tras años de trabajar en la panadería El Tete. Con el tiempo y algo de dinero en la bolsa, se aventuró a abrir una sucursal en la capital hidalguense, motivado por un amigo que le aseguró: “aquí no vendían esto”. El tiempo le dio la razón.

Cocoles, chilindrinas, conchas, pan de agua, suegras, besos, monjas y pasteles son solo algunos de los productos que forman parte del repertorio de El Charro. Sin embargo, los cocoles —pan tradicional hecho con piloncillo y anís— son su especialidad y el orgullo de la casa. “Es el pan más popular y mi favorito”, aseguró.
En el negocio se elaboran entre 3 mil y 7 mil panes al día. La jornada comienza desde las 5 de la mañana, cuando los panaderos encienden los hornos y preparan la masa que muchas veces se dejó lista la noche anterior. “Si no se prevé, se junta el trabajo. Hay que estar listos desde temprano”, dijo Mejía.
El secreto, afirma, está en los ingredientes de calidad, especialmente el piloncillo: “Yo necesito ver que el pilón sea de caña madura, no tierna. Así sale bien dulce”.

Aunque el punto de venta principal está en la panadería ubicada sobre la avenida Cuauhtémoc de la colonia Morelos, desde hace más de tres décadas El Charro adoptó una modalidad muy característica: la venta callejera. En camionetas que recorren colonias como El Chacón, Saucillo y zonas cercanas a la salida hacia la México-Pachuca, se escucha el inconfundible grito: “¡Cocoles El Charro!”.
Con precios accesibles, don Marcelino prefiere “ganar poquito, pero tener trabajo diario”, en lugar de inflar costos como otros panaderos. “El sabor es lo que vale”, afirmó con orgullo. Y los clientes parecen estar de acuerdo: muchos llegan desde Tulancingo o la Ciudad de México solo para comprar sus cocoles.
El horario de la panadería es de 8 de la mañana a 9 de la noche, todos los días, incluidos fines de semana. Los domingos, sin embargo, solo se venden cocoles de 8 a 11 de la mañana, para dar un merecido descanso a los panaderos.
El Charro no es solo una panadería: es un rincón donde la tradición se hornea cada día, y donde el esfuerzo de una familia mantiene vivo el sabor del pan auténtico de Hidalgo.

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