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Así, sin más, Alfredo Rivera Flores aventura que “hoy estamos en la antesala de la caída del Grupo Universidad, que sería de elemental justicia que suce diera” esto, tras las manifestaciones de los estudiantes del Instituto de Artes que han logrado despertar a una sociedad que durante cuatro décadas permaneció indiferente al cacicazgo en la UAEH.
El azar como lo definió él, nos logró reunir 19 años después; primero en un desayunador de políticos y luego, en una charla para rememorar aquella mañana de septiembre del 2004 cuando Alfredo Rivera Flores fue enterado de la denuncia por daño moral a Gerardo Sosa Castelán a través de las páginas de su libro La Sosa Nostra, editado por la firma Porrúa.
Aquel día, el líder de los universitarios convocó a una rueda de prensa y se esperaba que dimitiera a su militancia priista, pero no fue así, fue la denuncia y el inicio de un largo caminar de 16 años por juzgados y despachos jurídicos, para engordar el expediente del juicio más largo de la historia por el delito de daño moral, paradójicamente contra de Gerardo Sosa, quien ahora vive atado a un grillete electrónico. Refresca su memoria recorriendo con la mirada los cientos de libros de lo que fuera su biblioteca, “con 26 años como catedrático, era parte de ese pequeño grupo de maestros creyentes en la posibilidad de los gobiernos de izquierda” que anhelaban una democratización en la universidad.
“Entonces pensé que podía escribir un libro, los hechos ante mis ojos se daban un día y al otro también…” y plantea como una enfermedad social el “porrismo que crecía y se convertía en delincuencia y después ya en mafias organizadas que han hecho historia en el p a í s”, recuerda. El 18 de mayo de 2004 apareció el libro La Sosa Nostra que relataba la vida del grupo, visto desde su actividad lícita e ilícita, ganando campo en la política bajo el amparo de padrinazgos políticos. Y cuatro meses después llegó la demanda de Gerardo Sosa contra él, junto con Miguel Ángel Granados Chapa, que colaboró con el prólogo; Miguel Ángel Porrúa que decidió publicarlo; Héctor Rubio, su cuñado que tomó la fotografía de la contraportada y “no se diga del artista de todos los moles” Enrique Garnica que hizo la portada.
Entonces Rivera Flores, compara sus destinos: “Lo que ahora puedo decir, que nuestra situación actual difiere de lado a lado; vivo la felicidad de estar terminando una nueva novela en San Miguel de Allende, y él ha vivido la dura realidad de estar encarcelado dos años en una prisión de alta seguridad, lleva otro tanto, en su casa aquí cerquita, engrillado y atado a la mesa para que no huya”.
Los razonamientos de una lucha por un “daño moral”que le costó 720 mil pesos lo pone en juicio, “unos años después, de no sé qué tipo de policía lo pescan, lo llevan lo encierran hasta ahorita en cuatro paredes, quiere decir que había tras el personaje una historia de delincuencia y por ende una falta y total carencia de moral, yo creo que sí”.
Y festeja que los jóvenes de Artes sacudan ese cacicazgo, “son luchas inacabables, la misma mafia, muchos de los mismos golpeadores de aquellos tiempos, hoy golpeando a los alumnos del IDA, para recuperar su edificio central”. Para rematar, se dice complacido como gente de izquierda: “Ya vieron mis ojos la caída de un cacicazgo priista de 90 años…ahora resta otro de cuatro décadas, que creo está muy cerca”, afirma mientras se acicatea el bigote.