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Otro caso es el de Andrea, que tiene 31 años de edad y dos hijos. A los 15 años ella se casó enamorada de Esteban, con quien al paso de los años procreo tres hijos. Los primeros años dice todo marchaba bien, en su hogar pues existía comunicación, confianza y respeto, se sentía protegida por él; entonces cuenta no tenía idea lo que sería su vida y lo que la llevaría al refugio.
El primer foco rojo ocurrió en la casa de su madre, cuando Esteban, alcoholizado, la golpeó y luego tranquilamente se durmió.
“Yo lo que hice fue tomar a mi hija a irme al cuarto de mi hermana, al otro día él acudió y al ver el estado en el que me había dejado y me pidió perdón”, dijo Andrea.
Tras esa primera agresión dijo que se separó de Esteban por dos semanas, pero el arrepentimiento y las promesas de que no volvería suceder, la llevaron nuevamente a no querer romper su hogar, ya que ella no conoció a su padre y no quería lo mismo para sus hijos.
Pasaron cuatro años pero la situación entonces no mejoró y por el contrario empeoró. Esteban comenzó con un comportamiento agresivo, posesivo y de celos a la par de entablar una relación sentimental con la cuñada de Andrea. Para ese momento ya tenían tres hijos y Andrea sentía la responsabilidad de no fracturar su hogar, por eso lo perdonaba.
Las golpizas seguían, los celos, las amenazas y las infidelidades siguieron. El punto escaló hasta que la situación era inaguantable “había ocasiones en que llegaba a olerme para saber si me había bañado, ya que me tenía prohibido hacerlo a menos que él estuviera en casa y yo ya no saliera”. Me espiaba y también las amenazas cada vez eran más frecuentes, incluso de muerte.
Andrea entonces decidió interponer una denuncia ante la Procuraduría de Justicia, la cual prosperó y llevó a que Esteban estuviera encarcelado dos de los seis meses que le habían impuesto.
Una vez más Andrea confío en que las cosas cambiarían y le otorgó el perdón legal y sentimental, pero la situación ya no fue la misma y esta vez sí decidió abandonar de manera definitiva a su esposo.
Pero esto no fue para bien, sino por el contrario la violencia fue mayor y fue golpeada y arrojada al suelo, lo que le ocasionó una displasia en la cadera. Un día el hombre sacó un arma y la amenazó.
Cuando la situación se acercaba a convertirse en una tragedia, la psicóloga que la atendía decidió ayudarla y enviarla al refugio.
“Hoy tiene dos meses aquí junto con sus tres hijos quienes también fueron violentados, Andrea cuenta que se encuentran mejor y tiene expectativas por la vida. Quiere trabajar, estudiar y brindarle a sus hijos un verdadero hogar” dijo la doctora.
La mujer confesó que aguantó todo por no destruir y por mantener a su familia unida, por estar enamorada. Dijo que creía que tenía el mejor esposo y sus hijos el mejor papá, pero reconoce que hoy todo eso es muy doloroso.
En el refugio ha encontrado la fuerza para pensar en rehacer su vida, tiene sueños y expectativas pero también miedo y dice que aún no es el momento de abandonar este sitio, pero confía en que pronto lo será.