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El punto de reunión es la banqueta que está afuera del penal de Pachuca, a este lugar cada miércoles por la noche llegan esposas, madres, hijas o hermanas que se quedan a dormir frente al muro de concreto, para ser de las primeras en entrar a la visita del jueves.
La penitenciaría de la capital hidalguense abre las puertas para los visitantes a las 9 de la mañana y hay quienes llegan a formarse desde las 5 de la madrugada para ingresar, pero también existen mujeres como Isabel, Karla, Mónica y Laura alias ‘La Güera’, que prefieren quedarse desde una noche antes.
Dormirse sobre una cobija extendida en el suelo es la única forma de asegurarse que nadie les robará su lugar en la fila y la garantía de que entrarán a primera hora para aprovechar el mayor tiempo posible con sus familiares privados de la libertad.
La Güera dice que quienes criminalizan a las mujeres que se duermen afuera del penal es porque no entienden el dolor de tener a un familiar en la cárcel, como su esposo, que paga una sentencia de 10 años por intento de secuestro.
Originaria de Matamoros, Tamaulipas, la Güera llegó a Hidalgo en febrero de 2020 cuando a su pareja la aprehendieron en aquel municipio del norte del país y lo trasladaron a la penitenciaría de la capital hidalguense.
Algo parecido le sucedió a Isabel, oriunda de Tijuana, Baja California, que lleva ocho meses viviendo en Pachuca con la esperanza de que su esposo reciba una sentencia absolutoria por la acusación de narcomenudeo que lo mantiene en el Cereso.
Las dos duermen afuera del penal y cada noche de miércoles se hacen compañía junto con Karla, Mónica y al menos 60 mujeres más que desde junio del año pasado se organizaron para pernoctar afuera de la peni y así evitar la venta de lugares, una práctica que las dejaba hasta el final de la fila.
Es miércoles, Isabel se levantó a las 7 de la mañana para limpiar la casa que renta por tiempo indefinido en Pachuca, después salió al supermercado y gastó mil 600 pesos entre la despensa y comida que la mañana del jueves le llevó a su esposo recluido en el Cereso.
Le preparó picadillo, bistec con nopales, chiles rellenos, camarones, machaca y burritos para que no se le olvide el sabor de los platillos típicos de Tijuana, de donde el matrimonio es originario. Los guisados que hizo apenas le rendirán a su esposo cuatro o cinco días.
Terminó de guisar a las 7 de la noche, empaquetó y dejó la comida junto a bolsas con bolitas de gel congeladas para que los guisos no se echen a perder. Después se puso la pijama, un abrigo de color gris, tomó una cobija y se trasladó al penal.
A las 6 de la mañana del jueves, un par de custodios sale del penal para asignarle a las y los visitantes un número para ingresar. Una vez que Isabel y sus demás compañeras lograron ese sello de tinta negra en el brazo, se cambian la pijama, se peinan y maquillan. Antes de las 9 ya deben de estar listas.
Isabel es originaria de Tijuana, pero por ahora vive en Pachuca y eso le facilita la movilidad para ver a su esposo en el Cereso, lo mismo le pasa a la Güera que cambió su domicilio de Matamoros a la capital de Hidalgo.
Sin embargo, hay mujeres que para hospedarse afuera del penal de Pachuca viajan por más de tres horas en el transporte público.
Este es el caso de Karla que vive en la alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México, cerca de Tepito y Manuel Doblado. Cada miércoles de visita sale entre las 7 y 8 de la noche de su casa con rumbo al Cereso de Pachuca, donde su esposo está preso por el delito de homicidio.
Aborda el metro que la deja en Ciudad Azteca, luego el mexibús que la lleva a Ojo de Agua y en este punto toma un camión con rumbo al municipio de Tizayuca, Hidalgo. Al llegar a este lugar, aborda un taxi con rumbo al penal de Pachuca que le llega a cobrar hasta 500 pesos.
Los gastos del pasaje disminuyen cuando viaja con Mónica, quien también visita a su pareja en el Cereso de Pachuca. El viaje termina cerca de las 11 de la noche, cuando llegan a extender su cobija al filo de la pared que rodea la cárcel.
Mónica duerme en compañía de su bebé de 3 meses de nacida, a quien no puede dejar encargada con algún familiar por la lactancia. A veces, hay mujeres que llevan casas de campaña y la invitan a resguardarse para que la bebé no se quede a la intemperie.
La pareja de Mónica está privada de libertad, pero todavía no recibe sentencia. Ella tiene la esperanza de que sea absuelto del delito de homicidio que le imputan.
Aunque al esposo de la Güera lo aprehendieron en Tamaulipas y lo trasladaron a Hidalgo, ella nunca lo dejó solo, se cambió de ciudad y ahora cada noche de miércoles se duerme afuera de la penitenciaría en espera de la visita del jueves.
A Isabel le pasó igual hace ocho meses cuando se trasladó de Tijuana a Pachuca. Las dos mujeres abandonaron sus ciudades de origen por los procesos judiciales en contra de sus parejas.