A sus 10 años, Agustín Hernández Badillo dejó las aulas para recorrer las calles de Pachuca en busca de sustento. Con un cajón de madera en mano, caminaba largas distancias esperando a que algún transeúnte le pidiera lustrar sus zapatos.

"Me dijeron los patrones: o trabajas o estudias, y pues con la necesidad tuvimos que dejar el estudio y dedicarnos al trabajo", recuerda con nostalgia.

Más tarde, Agustín encontraría trabajo en las minas de Pachuca, donde laboró por 22 años. Fueron tiempos duros, pero el salario en la minería de los años 80 era uno de los más altos en la región.

Sin embargo, una huelga histórica del sindicato minero, en la que los trabajadores se despojaron de su ropa como protesta por mejores derechos laborales, marcaría el fin de esa era. Don Agustín fue uno de los últimos testigos de la vida bajo tierra en la Comarca Minera, un peligro que no todos se atrevían a enfrentar.

"Anduvimos a 700, 400 metros bajo tierra. Se ve fácil, pero muchos no se arriesgaban porque era peligroso", dice con orgullo.

Don Agustín Hernández, de la mina a la silla de bolero en Pachuca | Foto: Josué Ortiz
Don Agustín Hernández, de la mina a la silla de bolero en Pachuca | Foto: Josué Ortiz

Con el dinero de su liquidación, compró un carro de aseado de calzado y desde el año 2000 se estableció en la avenida Revolución de Pachuca, donde ha trabajado por 24 años.

La temporada alta llega en diciembre con los aguinaldos, mientras que la época de lluvias representa un periodo difícil, pues el clima se convierte en su peor enemigo. "Cada día es incertidumbre para salir a trabajar", relata.

Sin embargo, su mayor reto ha sido la disminución de clientes; en un buen día llega a bolear hasta ocho pares de zapatos, pero en otros regresa a casa con los bolsillos vacíos.

El oficio de bolero ha disminuido considerablemente en Pachuca. De los 45 aseadores de calzado que quedan en la ciudad, la mayoría son adultos mayores. "Cuando fallecen, sus familiares ya no quieren continuar con el negocio", comenta don Agustín.

A pesar de las dificultades, disfruta su trabajo, especialmente las charlas con sus clientes, en su mayoría oficinistas. Mientras los hombres se sientan en su silla para el servicio, las mujeres prefieren que el aseo se realice a pie, debido a la incomodidad de subirse.

Además de su pasión por el oficio, don Agustín también es un contador de historias.

"A muchas personas les gusta que les platique de la historia de la Comarca Minera. Hay mucha historia en las minas", señala.

Don Agustín Hernández, de la mina a la silla de bolero en Pachuca | Foto: Josué Ortiz
Don Agustín Hernández, de la mina a la silla de bolero en Pachuca | Foto: Josué Ortiz

Su testimonio ha sido tan valioso que la Secretaría de Turismo lo incluyó en un libro sobre la historia minera de la región, una forma de preservar las memorias de una época que ya se ha desvanecido.

Don Agustín es miembro activo de la Unión de Aseadores de Calzado de Pachuca, donde aporta una cuota mensual de 50 pesos que sirve como fondo de emergencia para los integrantes. Este dinero también se destina a los festejos del Día del Bolero, cada 18 de junio, en el que organizan una misa y una comida para convivir entre colegas.

Si necesita una buena boleada de zapatos, puede encontrar a don Agustín afuera de Plaza Bella, en Pachuca, de lunes a sábado, en un horario de 9:00 a 18:00 horas.

Su dedicación, atención al cliente y amor por las tradiciones aseguran que su calzado luzca impecable, mientras escucha las historias de un hombre que ha vivido el pasado y presente de una ciudad marcada por las minas y el trabajo duro.

El oficio del bolero, al igual que las minas de Pachuca, parece estar en peligro de extinción, pero mientras don Agustín siga trabajando, esas historias y tradiciones continuarán vivas, una boleada de zapatos a la vez.

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