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Adriel era amistoso, le gustaba salir en cuatrimoto y jugar con su perro Gudy

Adriel, de 11 años, murió cinco días después de un incidente que ocurrió al interior de la primaria donde estudiaba. El niño padecía bullying

Foto: Lorena Rosas
15/03/2024 |02:15

A lo lejos se oye el motor de un bocho que va en subida, las llantas pasan sobre el camino de tierra, entre nopales y magueyes. Después de un par de minutos, el carro detiene su marcha detrás de una fila de otros autos estacionados entre la calle Arboleda esquina con Brecha, donde velan al niño Adriel.

Un sacerdote güero, de ojos verdes, con barba y acento extranjero oficia la misa de las 8 de la mañana y trata de dar consuelo a un costado del féretro, donde está recargada una cruz blanca tallada en letras doradas con dos fechas: el 2 de abril de 2012, cuando nació Adriel y el 12 de marzo de 2024, cuando murió por un derrame cerebral luego de que dos compañeros de su escuela, lo tiraron.

Foto: Lorena Rosas

Los rayos del sol del Valle del Mezquital comienzan a quemar en la cara, la espalda y los brazos, las hormigas intentan trepar por las piernas de los pobladores que no alcanzaron un lugar debajo de la carpa blanca sostenida por dos tubos de fierro de más de tres metros de altura, donde lloran la partida del niño de 11 años.

Fabián es uno de los que ya no consiguió estar dentro de la carpa, así es que se quedó con su papá para escuchar una segunda misa de cuerpo presente. Aunque se intenta levantar de puntitas, entre tantos sombreros y sombrillas, no logra ver el féretro de su amigo Adriel, quien cursaba el sexto grado en la primaria Benito Juárez en la comunidad de Xitzo.

Para llegar a la escuela, Adriel se montaba en una cuatrimoto que su papá le regaló para no caminar por más de 20 minutos bajo los rayos del sol. Diario viajaba con su pequeña hermana y de vez en cuando, llevaba a su amigo Fabián, así comenzó su amistad.

Foto: Lorena Rosas


“Adriel era mi amigo, nos llevábamos muy bien, era muy buena gente. A él le gustaba jugar futbol, me había dicho que quería ser arquitecto. Era noble. Le gustaban unas frituras llamadas ‘Top-Tops’ con salsa negra. Compraba en la cooperativa y había veces que solo se comía la mitad de torta para invitarme, era compartido, amistoso”.


Mientras Fabián espera paciente afuera para acompañar a su amigo hasta el panteón, los familiares comienzan a levantar los cirios, los globos y las flores que adornaron una fotografía del rostro de Adriel, vestido con una sudadera verde con estampado similar al que usan los militares. En la foto se le ve sonriente, con ojos grandes y cejas pobladas como las de su papá Obed.

Atrás de la carpa está la casa de Juliana, la abuela paterna. Después de la escuela, Adriel llegaba a esta vivienda de block pintada de blanco para pasar toda la tarde con su abuelita, juntos hacían la tarea, comían y al terminar, jugaban con Gudy, un perro que adoptaron.

Foto: Lorena Rosas


“Ese perro se lo trajeron cuando estaba chiquito, me acuerdo que una vez le dije: no quiero que te encariñes mucho con ese animal. Me preguntó: ¿por qué, abue? Le dije que le podía pasar cualquier cosa y que él iba a sentir feo. Yo nunca me imaginé que iba a ser al revés, que mi niño iba a dejar a su perrito”.

Foto: Lorena Rosas

Poco antes del mediodía, el sonido de las llantas de los carros que raspaban con la terracería dejó de sonar. Solo se escuchaban los sollozos de los dolientes y la música cristiana que se reproducía desde un carro Jetta de color azul que dirigió a la carroza por casi una hora hasta el panteón municipal de Santiago de Anaya.

En el sepelio el llanto de Obed se mezcló con el canto a capela de una predicadora con falda azul y sombrero de paja. Al pie de la tumba, entre otras lápidas y montones de tierra, el padre de Adriel exigió justicia por la muerte de su hijo, después, recibió primeros auxilios.