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El reloj biológico se ha detenido, en la plancha fría reposa un cuerpo inerte que espera su turno; un hombre se alista a trabajar, se pone el uniforme, mandil, guantes, lentes y cubrebocas, prepara sus químicos, explora al difunto que habrá de preparar para retardar su proceso de descomposición y en muchos de los casos, debe observar una fotografía del en vida para así dejarlo lo más parecido posible.
César Fernando Cervantes Castro, técnico embalsamador, reconstructor y prosector del municipio de Tulancingo, narra en entrevista para El Universal Hidalgo, sobre el tema de embalsamamiento y la satisfacción que le provoca poder servir a los deudos y menguar su dolor durante el duelo.
Expresa que pasa más tiempo con los muertos que con los vivos; es por eso ha aprendido a leer en un cadáver una historia de injusticia, maltrato, indiferencia y descuido, pero también en otras historias existen el amor y cariño.
“Hay familiares muy agradecidos por el trabajo que se realiza, a veces, recuperamos en los fallecidos un rostro con aspecto feliz, de tranquilidad, como si solo estuvieran durmiendo, incluso, de rejuvenecimiento”, dijo Cervantes Castro.
Con 14 años de experiencia, ha aprendido que el valor más importante del ser humano, es el respeto, que lo ha llevado en aumentar su empatía, guardar silencio y escuchar las necesidades del doliente, para no lastimar sus creencias y costumbres religiosas.
“El laboratorio es un lugar donde me siento tranquilo, parte de mi concentración es saber que la persona que tengo frente a mí en esos momentos, es el hijo o hija, el papá o mamá de alguien, que tiene seres queridos y que lo esperan para así poder darle el último adiós”, expresó César Cervantes.
Su familia ha sido un gran apoyo en momentos en que le gana la nostalgia de saber que sus manos fueron el medio para recrear la imagen viva de algún infante, pues los niños y niñas fallecidas, le tocan el alma.
César Cervantes afirma que el embalsamamiento es uno de los pocos oficios que prevalecen en nuestra sociedad, casi tan intacto, como cuando se originó en el antiguo Egipto. Este trabajo con cadáveres, que posterior a la pandemia del Covid-19, cambió de ser solo una técnica que se heredaba por generaciones, a ser una labor peligrosa al tratar con enfermedades infectocontagiosas.
César Cervantes, detalla que el embalsamamiento es más que fórmulas y químicos, pues son técnicas de recomposición que permiten lograr resultados óptimos de preservación, con jornadas laborales de hasta ocho horas por cuerpo.
Pese a que todos sus trabajos los hace con el mayor profesionalismo, muchos de ellos le han corroborado que no se equivocó al elegir su vocación.
Relató un caso que después de siete años de haber practicado un embalsamamiento, el difunto tuvo que ser exhumado y pudo darse cuenta que el cuerpo estaba casi intacto como lo había preparado.
César Cervantes recuerda que recibió un reconocimiento desde Colombia, pues tras preparar a un difunto que fue llevado hasta Sudamérica y recibido por su familia mes y medio después, pues el cuerpo no se había degradado.
También recordó un trabajo de reconstrucción, total de cráneo e injerto de cabello y rostro a una persona fallecida que había tenido un accidente en un helicóptero.
Su labor termina cuando el difunto es entregado en el ataúd a los deudos para ser velados y ellos pueden quedarse con un recuerdo lo menos amargo posible de su familiar.
“Hay tradiciones específicas, según usos y costumbres. También donde me piden agregar objetos como monedas, fotografías, cruces o palmas, a veces el familiar revisa personalmente el cuerpo y da su aprobación (para velarlo)”.