Las guerras ya no solo se libran con ejércitos ni en campos de batalla. Hoy, las grandes potencias compiten en un escenario invisible pero igual de estratégico: el ciberespacio. La soberanía digital se ha convertido en un nuevo activo geopolítico, tan valioso como los territorios en disputa o los recursos naturales. En un mundo hiperconectado, quien controla la información y la infraestructura tecnológica tiene el poder.
China y Rusia han comprendido bien esta realidad. Ambos países han desarrollado sistemas propios de ciberseguridad, creando un ecosistema digital independiente del control occidental. En China, la "Gran Muralla Digital" no solo censura contenidos, sino que protege su ciberespacio de influencias externas. Rusia, por su parte, ha trabajado en la capacidad de desconectarse de la red global en caso de un conflicto. En Occidente, la soberanía digital se ve diferente, pero no por ello es menos relevante: Estados Unidos y la Unión Europea han reforzado sus estrategias de protección de datos y ciberseguridad ante el avance de actores hostiles.
Mientras las grandes potencias consolidan su control sobre la infraestructura digital, países como México quedan en una posición vulnerable. Nuestra dependencia de software, servidores y plataformas extranjeras nos deja expuestos a ataques, espionaje y posibles sanciones tecnológicas. ¿Qué pasaría si, en un escenario de crisis internacional, se nos restringiera el acceso a tecnologías clave? La ciberseguridad ya no es un tema técnico, sino un asunto de seguridad nacional.
El mundo ha sido testigo de ciberataques con impacto devastador: en 2017, el ransomware WannaCry afectó a más de 200,000 sistemas en 150 países, colapsando hospitales y empresas. En 2020, el ataque a SolarWinds comprometió agencias del gobierno estadounidense, evidenciando la vulnerabilidad de sus infraestructuras digitales. Y en tiempos recientes, las amenazas cibernéticas han escalado a un nuevo nivel, con operaciones dirigidas a sabotear redes eléctricas, sistemas financieros y hasta elecciones.
No podemos seguir viendo la ciberseguridad como un problema ajeno. México, como muchas economías emergentes, enfrenta el reto de fortalecer sus defensas digitales sin aislarse tecnológicamente. Se necesitan inversiones en infraestructura propia, marcos legales sólidos y alianzas estratégicas que garanticen protección sin comprometer la innovación.
Si las guerras del pasado se definieron por el control de territorios y recursos, las del futuro serán por el dominio del ciberespacio. La soberanía digital no es solo un concepto abstracto; es la capacidad de un país para defenderse, competir y garantizar su independencia en la nueva era de la información. Y en esta guerra silenciosa, quedarse atrás no es una opción.