La sociedad moderna enfrenta una crisis silenciosa que amenaza sus cimientos: el desprecio por las normas y el derecho como pilares de la convivencia. Estas no son entidades materiales; no pueden perseguir ni castigar a quienes las ignoran. Su existencia depende de un contrato social, un acuerdo tácito entre las personas para garantizar la paz y el orden. Sin embargo, este frágil equilibrio está siendo erosionado por el auge del populismo, la manipulación informativa y la irresponsabilidad de ciertos actores con poder global.

Un caso evidente es el de Donald Trump. Su retórica, lejos de ser anecdótica, mina la estabilidad internacional con propuestas que desafían toda lógica y respeto por el derecho internacional. Declaraciones como la intención de tomar el canal de Panamá, adquirir Groenlandia o renombrar el Golfo de México no son meros exabruptos. Representan un desprecio por los principios que han permitido la convivencia pacífica entre naciones y alimentan la radicalización de sus seguidores.

Por otro lado, Elon Musk se ha consolidado como otro actor influyente que contribuye a esta dinámica. Desde la plataforma X, ha permitido que el discurso de odio y la desinformación florezcan, fortaleciendo movimientos de ultraderecha en todo el mundo. Bajo el pretexto de la libertad de expresión, se han tolerado prácticas que propagan ideas fascistas y buscan polarizar a las sociedades. Esta permisividad abre espacio para que ideologías extremistas se normalicen y ganen adeptos.

Ante este panorama, es imprescindible preguntarnos: ¿qué hacemos como sociedad? El derecho, por sí solo, no basta, necesita del compromiso colectivo para mantener su vigencia. Si permitimos que figuras como Trump y Musk dicten las reglas según sus intereses personales, estamos cediendo terreno a la desestabilización de nuestra convivencia.

La lucha contra la desinformación y la manipulación ideológica debe ser una prioridad. No se trata solo de exigir responsabilidad a las plataformas digitales, sino de fomentar un pensamiento crítico que permita a los ciudadanos identificar y rechazar las narrativas que promueven el odio y la división.

El respeto por las normas y los principios legales no es una formalidad. Es el resultado de siglos de construcción social, un esfuerzo colectivo que nos ha permitido superar la barbarie y construir una civilización basada en el diálogo y el entendimiento mutuo. No podemos permitir que estos avances sean destruidos por intereses particulares o agendas populistas. El derecho no tiene brazos ni voz, pero sí nos da las herramientas para construir un futuro más justo; protegerlo es una tarea colectiva y urgente.

Google News