En 1936, el filósofo y crítico literario alemán Walter Benjamin publicó su célebre ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, texto que a pesar de su brevedad, supo identificar varios fenómenos importantes sobre el arte y su desarrollo en el siglo XX.

Eran tiempos de persecución y asedio por parte del Tercer Reich, que en su implacable ofensiva destruía todo aquello que se le oponía. Siendo de origen judío y convencido marxista, Benjamin era un objetivo del régimen. Fue duro crítico del gobierno nazi, por lo que tuvo que huir de Alemania debido a la persecución que sufrían los comunistas de la época. En su escape, Benjamin llegó a Francia, para luego trasladarse a Portbou, España, donde al verse rodeado por las búsquedas de la Gestapo, decidió quitarse la vida antes que terminar en un campo de concentración.

Antes de su triste desenlace, Benjamin logró publicar el texto al que hoy hacemos referencia, un ensayo indispensable para todo aquel que quiera acercarse a la noción del arte y la cultura en la primera mitad del siglo pasado.

Una de las críticas principales del texto es la que realiza al asalto de la producción en serie al mundo del arte dentro del capitalismo. Se considera que la producción masiva de obras artísticas elimina la unicidad del arte, su “aura”, erradicando eso que hace única a una obra. Señala también que el mercado ha llegado a condicionar al arte, disminuyendo su calidad estética e intención política.

Precisamente hablando sobre la política es que aborda la que tal vez sea la parte más conocida del libro: la dicotomía entre la “estetización de la política” y la “politización del arte”. Como ciudadano alemán, Benjamin observó de primera mano la propaganda alemana e identificó la manera en la que el régimen nazi instrumentalizaba el arte para “embellecer” la guerra y el imperialismo (véase por ejemplo la obra de la cineasta Leni Riefenstahl). A este intento del fascismo de tomar al arte como rehén para para maquillar sus objetivos es que llamó “estetización de la política”.

En respuesta, Benjamin contrapuso la “politización del arte”. Si la “estetización de la política” orillaba a las masas a “vivir su propia aniquilación como un goce estético de primer orden”, la “politización del arte” buscaba justo lo contrario: hacer que el arte se convirtiera en un instrumento que abonara a la liberación. En el fondo, el arte verdadero siempre ha sido eso, la búsqueda permanente de la libertad.

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