Durante décadas, el narcotraficante mexicano fue representado como una figura brutal, armada hasta los dientes, controlando territorios por la fuerza. Pero esa imagen, aunque persiste, es apenas un eco del presente. El crimen organizado ha mutado. Ya no solo trafica droga: trafica datos.
En la primera mitad de 2024, México fue blanco de más de 31 mil millones de intentos de ciberataques, más de la mitad de todos los registrados en Latinoamérica. Esta cifra, además de alarmante, delata una nueva tendencia: los cárteles están migrando al ciberespacio. El nuevo narco no necesita correr riesgos en la sierra ni cruzar fronteras con cargamentos ilícitos. Puede operar desde un teclado. Y ser igual de letal.
Organizaciones como el Cártel Jalisco Nueva Generación han empezado a reclutar jóvenes a través de redes sociales como TikTok o Facebook. Prometen empleos legales y bien pagados, pero una vez que el joven acude al llamado, lo espera el infierno: entrenamiento forzado, esclavitud digital y, en los peores casos, desaparición. Las redes sociales ya no solo son plataformas de conexión, sino instrumentos de cacería.
Los métodos también han cambiado. Hoy se extorsiona desde la nube: clonación de perfiles, robo de identidad, manipulación emocional, suplantación de instituciones. Empresas han sido víctimas de chantajes digitales, mientras sus datos son secuestrados bajo amenazas de divulgación. No hay balas, pero sí ruina.
El narco también se ha hecho banquero. En junio pasado, el Departamento de Justicia de EE.UU. reveló cómo operadores del Cártel de Sinaloa en Los Ángeles lavaron más de 50 millones de dólares mediante criptomonedas y redes bancarias chinas. La tecnología descentralizada ha sido abrazada por el crimen antes que por muchos gobiernos. ¿Quién audita ese nuevo flujo de capital?
Mientras tanto, el Estado mexicano intenta responder con herramientas obsoletas. Las fiscalías persiguen delitos digitales con códigos penales escritos para un mundo analógico. La policía investiga "hackeos" con equipos que apenas encienden. La brecha tecnológica entre el crimen organizado y la autoridad es real, profunda y creciente.
Hidalgo, con su conectividad en expansión y sus polos tecnológicos emergentes, no está exento de esta amenaza. Si no se actúa pronto, podríamos ser no solo víctimas, sino terreno fértil para un nuevo tipo de poder que no necesita armas, solo acceso. Este es un nuevo reto para el Gobierno del Estado y lo asumimos.
El nuevo crimen organizado no se impone con violencia visible, sino con el dominio invisible de la información. Ya no necesita tomar una plaza si puede controlar una red. No requiere presencia física, sino acceso digital. Su fuerza está en nuestra vulnerabilidad y su ventaja, en nuestra distracción. Ante este nuevo paradigma, el reto no es solo de seguridad, sino de visión. Porque en la era de los datos, quien no protege su información, está entregando su libertad.