La inteligencia artificial está transformando nuestra vida cotidiana, integrándose en objetos que, hasta hace poco, parecían ajenos a la tecnología avanzada. Un ejemplo reciente son las Ray-Ban Stories, desarrolladas por Meta. Estas gafas prometen conectividad y funcionalidad con estilo: graban videos, toman fotografías y transmiten información en tiempo real, todo de manera casi imperceptible. Aunque su innovación tecnológica resulta atractiva, también plantea preocupaciones profundas sobre la privacidad, especialmente en países como México, donde la regulación avanza a paso lento.

El problema con estas gafas no radica únicamente en su capacidad para registrar lo que sucede alrededor de quien las usa, sino en lo que podrían llegar a hacer en un futuro cercano. Con la posibilidad de analizar emociones humanas a través de microgestos faciales, estas herramientas no solo exponen al usuario, sino también a quienes interactúan con él, quienes podrían ser observados, grabados y analizados sin su conocimiento ni consentimiento. Estos datos estarán en manos de Meta, una empresa con un historial cuestionable en la gestión de información personal.

En México, aunque contamos con leyes como la Ley Federal de Protección de datos Personales, estas no contemplan escenarios en los que dispositivos de uso cotidiano recojan información de terceros de manera incidental. Por ejemplo, no existe un mecanismo para que alguien que ha sido grabado involuntariamente pueda oponerse al uso de su imagen o datos personales. Además, las empresas tecnológicas no están obligadas a ser transparentes sobre las capacidades reales de sus productos.

Este vacío legal deja tanto a los ciudadanos como a las instituciones en desventaja frente a gigantes tecnológicos. Mientras los consumidores adoptan estas tecnologías por sus promesas de innovación, el control de los datos recabados trasciende fronteras y pone en riesgo derechos fundamentales.

Nuestro país tiene la posibilidad de liderar la discusión sobre la regulación de estas tecnologías emergentes, estableciendo normas que obligue a las empresas a ser transparentes sobre sus productos y garantice la supervisión efectiva de herramientas como las Ray-Ban Stories. La prioridad debe ser anticiparse a los riesgos, asegurando que la innovación tecnológica no comprometa la dignidad y privacidad de las personas.

El avance de la inteligencia artificial es inevitable, sin embargo, esto no debe significar que los derechos fundamentales queden subordinados a los intereses corporativos. Regular estas tecnologías no implica frenar su desarrollo, sino dirigirlo hacia un uso ético. El momento para actuar es ahora, antes de que la falta de reglas nos coloque en un futuro donde la privacidad sea un lujo del pasado.

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