La nominación de Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos en 2020 marcó un hito histórico. Su victoria junto a Joe Biden no solo rompió barreras de género y raza, sino que también envió un poderoso mensaje de inclusión y diversidad. Harris, hija de inmigrantes, representa la promesa de una nación que valora las contribuciones de todos sus ciudadanos, sin importar su origen.

Un ejemplo de esta mensaje es el reciente triunfo de Claudia Sheinbaum en México; la primera mujer y primera persona de ascendencia judía en ocupar la Presidencia de la República, ha seguido una trayectoria de políticas progresistas y de inclusión social. Su éxito no es solo un logro personal, sino un reflejo de un cambio profundo en la política mexicana, donde cada vez más mujeres y minorías están asumiendo roles de liderazgo.

Al mismo tiempo, observamos el resurgimiento de figuras como Donald Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia y Giorgia Meloni en Italia. Trump, con su retórica incendiaria, divisiva y de odio, ha dejado una profunda huella en la política estadounidense. Su posible regreso a la Presidencia representa una amenaza real para los avances en derechos civiles y sociales que se han logrado en los últimos años.

Marine Le Pen lidera un movimiento similar en Francia. La líder del partido “Agrupación Nacional” ha sabido capitalizar el descontento social y económico, promoviendo un discurso xenófobo y nacionalista. Su ascenso en las encuestas refleja una preocupante tendencia hacia la intolerancia y el autoritarismo en uno de los países históricamente más liberales de Europa.

Italia también ha visto un auge de la extrema derecha con Giorgia Meloni, líder del partido “Hermanos de Italia”. Meloni ha adoptado una retórica similar a la de Trump y Le Pen, abogando por políticas nacionalistas y antiinmigración. Su creciente popularidad es una señal de alarma.

El peligro de estos movimientos fascistas no puede subestimarse. La historia nos ha enseñado que el populismo de derecha, basado en el miedo, la división y la supremacía, puede llevar a consecuencias catastróficas. Un recordatorio sombrío de esto es el ascenso del nazismo en Alemania durante la década de 1930. Poco a poco se desmantelaron las libertades individuales y se consolidó un régimen totalitario. Muchos alemanes no se dieron cuenta hasta que fue demasiado tarde.

En un mundo cada vez más interconectado, es crucial que los ciudadanos y los líderes políticos se comprometan con la defensa de la democracia y los derechos humanos. Kamala Harris y Claudia Sheinbaum son ejemplos de que otro camino es posible. Su liderazgo basado en la inclusión y el respeto por la diversidad es una respuesta poderosa a las amenazas del populismo de derecha.

Su éxito nos recuerda que en la lucha por un futuro más justo y equitativo, no se puede dar ni un paso atrás. Mientras celebramos los logros de figuras como Harris y Sheinbaum, debemos permanecer vigilantes ante el peligro que representan Trump, Le Pen y Meloni. En cada elección debemos recordar que la pérdida de libertades puede ser gradual e imperceptible pero devastadora.

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