El veredicto que hizo un jurado estadounidense al expresidente Donald Trump por 34 cargos de falsificación de registros comerciales, es un hecho histórico, ya que mientras algunos lo ven como un proceso necesario para la justicia, otros lo consideran un juicio injusto; sin embargo, es un recordatorio de que en una sociedad verdaderamente justa, nadie está por encima de la ley.

Para muchos seguidores de Trump, el juicio en su contra es una muestra de persecución política. Lo ven como un proceso sesgado, impulsado por un sistema que está en su contra. Pero recordemos que un juicio, en cualquier democracia saludable, debe basarse en la evidencia y en la ley. La justicia no debe ser partidista, y es esencial mantener la confianza en un sistema judicial que opere bajo los principios de equidad y debido proceso.

Esta sentencia es un claro ejemplo para democracias en construcción, como la mexicana, ya que sirven como una advertencia, para reforzar sus instituciones, aprender de los errores del pasado y ejercer la ley sobre todas las personas, sin distinciones.

Ya que la democracia y las instituciones jurídicas no se construyeron de la noche a la mañana para tener un sistema adecuado en los países potencia, ya que si se analiza la historia de Estados Unidos encontraremos que en la década de 1820, Andrew Jackson, fue presidente de Estados Unidos. Este controversial personaje es un claro ejemplo de cómo un líder radical puede llegar al poder y ejercer una influencia destructiva.

Fue conocido por su racismo y políticas autoritarias, Jackson impulsó la Ley de Expulsión de los Indios, que resultó en el brutal desplazamiento de miles de nativos americanos. Aunque fue sometido a un juicio político, logró mantenerse en el cargo, dejando un legado controversial.

Otro ejemplo claro es Adolf Hitler, el líder más extremo en las últimas décadas; él utilizó los mecanismos democráticos de la República de Weimar para ascender al poder y luego desmanteló el sistema desde dentro, llevando al mundo a una de las épocas más oscuras de la historia.

Por ello, ni siquiera los extremistas pueden ignorar la realidad de que líderes radicales, como Trump, Jackson y Hitler, representan una amenaza para la democracia. La historia nos muestra que, sin vigilancia y responsabilidad, los radicales pueden utilizar los medios democráticos para destruirlos desde dentro.

Es imperativo que se defiendan los principios democráticos con vigor y determinación, asegurando que los líderes que asciendan al poder lo hagan con integridad y un compromiso con la justicia y la igualdad. Solo así podremos evitar que la historia se repita y garantizar un futuro más estable y justo.

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