Vivimos en un mundo al revés que parece adoptar el arte de ir en contra de toda lógica, una era de lo absurdo, las prioridades, las costumbres y hasta los valores están de cabeza, pensamos que lo malo es bueno y lo bueno es malo, cuando se desprecia la honestidad, se castiga el trabajo, se recompensa la falta de escrúpulos y toleramos la impunidad, basta con echar un vistazo a la vida cotidiana para notar que lo que solía ser “normal” o “deber ser” es sustituido por su contrario.

Por ejemplo, en este mundo de lo contrario, tener hijos es un acto temerario, casi irresponsable, pero tener un perro es señal de estabilidad emocional y económica, hoy, las personas debaten acaloradamente sobre si es correcto llevar a los perros al cine o al spa (sí, spas para perros), mientras que las guarderías humanas sobreviven con presupuestos mínimos y poca atención; quien opta por no tener hijos para viajar por el mundo es celebrado como un visionario; quien decide formar una familia es acusado de perpetuar una crisis climática, lo cierto es que, ni los hijos son perros, ni los perros son hijos.

En esta inversión de valores, las redes sociales sustituyen al diálogo, y la apariencia es más importante que la esencia, la vida no ocurre si no se publica, y las experiencias se viven más por el “like” que por el disfrute, ¿Quién necesita una conversación profunda cuando un meme puede explicar el sentido de la existencia? Incluso, la autenticidad pasa a segundo plano, más vale caer bien, que hacer el bien.

Las instituciones educativas, antaño bastiones de conocimiento, ahora reparten títulos como quien reparte panfletos, graduarse no es garantía de tener habilidades, pero sí de acumular deudas, mientras tanto, los influencers, cuya única hazaña es saber posar frente a una cámara, son las nuevas autoridades morales, le decimos “modelo a seguir” a quien solo muestra su vida perfecta en redes, pero ignoramos a los verdaderos ejemplos de trabajo, esfuerzo y dedicación que están fuera del foco mediático.

El trabajo tampoco se queda atrás en este caos, se exige experiencia laboral a los recién egresados, pero nadie está dispuesto a dársela, los currículums se revisan más por las habilidades blandas que por las duras: ¿sabes respirar mientras haces yoga? ¡Eres contratado! Peor aún, la cultura laboral glorifica el “multitasking”, como si ser capaz de hacer mil cosas mal hechas a la vez fuera motivo de orgullo.

En cuanto a las relaciones humanas, estamos más conectados que nunca, pero más solos que siempre, decir “te quiero” se considera un acto de vulnerabilidad que pocos están dispuestos a asumir, mientras que los “match” en aplicaciones dictan el ritmo del romance moderno, las parejas comparten sus contraseñas de Netflix como un gesto de amor, pero cuando las cosas no funcionan, el rompimiento incluye negociar quién se queda con la cuenta compartida y no olvidemos que muchas amistades ahora se miden en interacciones digitales y por los “me gusta” a las publicaciones.

Esclavos del celular, el más monstruoso robot que gobierna la humanidad con camuflaje de un pequeño aparatito, que nos mantiene estáticos, en lugar de salir a explorar el mundo, esperamos que las fotos y experiencias de otros vengan a nosotros a través del celular y no de nuestros ojos. Todos sabemos que este monstruo causa soledad, angustia, aislamiento, estrés, ansiedad y abandono físico y personal pero no queremos ver la realidad.

Ni hablar del civismo y la política, los líderes que deberían inspirar confianza son expertos en promesas incumplidas, arrancar hojas al calendario para adelantar tiempos sucesores por las interminables aspiraciones políticas, sin percatarse que el presente es maravilloso, ambición interminable al dinero y al poder; mientras quien intenta cambiar las cosas desde abajo, con austeridad y trabajo honesto se critica por ser idealista pero marca el rumbo de la transformación verdadera; un ladrón es vigilante y otro es juez; el poder judicial titular de la legalidad se corrompe y corona el nepotismo, ingresan a trabajar a juzgados solo familiares de jueces y nadie más que ellos.

El medio ambiente también tiene su lugar en este teatro del absurdo, se hacen donaciones millonarias para salvar selvas lejanas, pero nadie limpia el parque local, nos indignamos por la tala de árboles en el Amazonas, pero seguimos comprando productos de madera sin preguntar de dónde vienen.

Donde la peor representación artística es una "obra de arte" como el viral plátano de Cattelan de 6 millones de dólares, una auténtica burla consentida por todos en un mundo al revés, porque entre el arte de Cattelan, el autorretrato de Frida Kahlo y mi concepto de arte, prefiero mi arte.

La salud es otro ejemplo de este mundo de contradicciones, nos obsesionamos con dietas de moda y jugos detox, pero preferimos el sedentarismo y las horas interminables frente a una pantalla, eso sí, si el envase de un alimento dice “orgánico” o “libre de gluten”, lo consideramos un elixir milagroso, aunque el resto de nuestra vida esté lejos de ser saludable y mientras gastamos fortunas en productos milagro, olvidamos que el ejercicio más efectivo es caminar, algo que muchos consideran una pérdida de tiempo y que no requiere de gastos en costosos gimnasios.

Hasta el tiempo se distorsiona en este mundo al revés, lo inmediato tiene más valor que lo duradero: preferimos mensajes breves y rápidos que una conversación larga y significativa, el concepto de paciencia se convierte en una reliquia del pasado, porque si algo no llega en dos días (gracias al servicio exprés de envíos), lo descartamos.

Y la paradoja final: aunque vivimos en una era de supuesta “libertad” y “progreso”, nunca fuimos tan esclavos de las apariencias, las modas y las expectativas impuestas, queremos ser únicos, pero seguimos tendencias como si nuestra identidad dependiera de ellas.

Había una vez cuando yo soñaba un mundo al revés...lleno de felicidad para todos en un estado de bienestar y de satisfacción espiritual y física, de disfrutar de la vida y aprovecharla al máximo, de disfrutar el poema; "Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado", de un mundo al revés de José Agustín Goytisolo.

El día de los Santos Inocentes es una celebración que se caracteriza por un mundo al revés, en el que se realizan bromas y se evitan las normas, terminamos un año intenso y ante una larga cadena de errores y desaciertos en la escritura de esta columna, desánimo, falta de argumentos y temas que comunicar, "el barrio me respalda" lleva a su fin y despide el maravilloso 2024 como decía Cachirulo "Adiós, amigos, ¡y hasta la próxima!".

¿Será que algún día viviremos en un mundo del derecho? Solo el tiempo dirá, pero mientras tanto, hay que reír de este gran teatro de la vida.

Inocente palomita que en un mundo al revés siempre te dejas engañar, sabes que no solo el 28 de diciembre debes confiar, se feliz al mirar el mundo rodar.

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