Trump regresa a la Casa Blanca, con un proyecto de gobierno marcado por la grandilocuencia, racismo, intolerancia e imperialismo, prometiendo una nueva “época de oro” para Estados Unidos. Con la experiencia del primer gobierno y con un apoyo renovado, ha comenzado a materializar sus promesas y amenazas de campaña, bajo el slogan de “hacer grande a Estados Unidos otra vez”. Ha recurrido al uso indiscriminado de órdenes ejecutivas, originalmente diseñadas como herramientas administrativas, para cambiar el rumbo del Estado, imponiendo su agenda en temas clave como la migración, el medioambiente o la diversidad sexual.
La primera acción ejecutiva anunciada fue la declaración de una emergencia nacional en la frontera con México, que incluye el despliegue de 10,000 elementos castrenses, un aumento del 60% en comparación con el número actual de tropas en la zona. Se plantea el cambio de denominación de “migrante no ciudadano” a “extranjero”, con el fin de justificar la narrativa de una supuesta “invasión”. Tom Homan, “zar de la frontera”, promete la intensificación de operativos del ICE en las llamadas ciudades santuario. Asimismo, se ordenó la ampliación de procesos de deportación rápida de migrantes indocumentados en todo el territorio estadounidense, se cancelaron las citas del CBP ONE y se eliminó la posibilidad de solicitar protección legal y procesos para obtener refugio. Paralelamente, hace un par de días, el congreso aprobó la Ley Laken Riley que exige la detención obligatoria de inmigrantes acusados de ciertos delitos y amplía la lista de crímenes que ameritan detención. También permite a los fiscales estatales demandar al gobierno federal si consideran que no está aplicando adecuadamente las leyes de detención migratoria.
Paradójicamente, la estrategia de Trump de declarar una “invasión migrante” se da en el contexto de una disminución en el número de llegadas de personas en movilidad a la frontera con Estados Unidos, según datos oficiales. Se trata de una maniobra mediática que ha conectado con su audiencia y con los temores de muchas personas en Estados Unidos, además de buscar sustento legal en el Alien Enemies Act (1798), que permite al presidente declarar enemigos a extranjeros a quienes ingresen al territorio estadounidense en tiempos de conflicto o amenaza. De este modo, se busca respaldar políticas de militarización fronteriza y endurecimiento de las detenciones, un enfoque que tergiversa la realidad y fomenta el discurso de odio.
La comunicación como herramienta política de Donald Trump y sus aliados plantea un desafío crítico para los próximos años. La desregulación de políticas en redes sociales prioriza la libertad de expresión, eliminando controles estatales y facilitando la propagación de noticias falsas, discursos de odio y desinformación. Resulta preocupante que en su toma de posesión estuvieran presentes figuras como Elon Musk, Jeff Bezos, los CEO de Apple y Google, y Mark Zuckerberg, líderes clave en tecnología y comunicación. Tras la compra de Twitter por Musk, se ha registrado un aumento en contenidos de odio, especialmente dirigidos a comunidades LGBTQ+ y sectores liberales. Asimismo, la decisión de Meta, liderada por Zuckerberg, de desactivar su programa de verificación de datos incrementa el riesgo de que las redes sociales se conviertan en plataformas para dividir y fomentar discursos de odio. Esto permite a políticos como Trump amplificar mensajes xenófobos y manipular la opinión pública, representando una amenaza significativa para la democracia y la cohesión social.
Las medidas antinmigrantes de Trump violan la Constitución y socavan la democracia estadounidense. Aunque derivarán en largas batallas judiciales, revelan las intenciones de un presidente que no cree en la ley, que perdonó a los 1,500 manifestantes que entraron al Capitolio, que desprecia los acuerdos multilaterales, cree en la guerra comercial y el proteccionismo y se retira de los compromisos globales. Un presidente que está haciendo temblar los cimientos que sostienen el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, al grado de rodearse de un personaje capaz de hacer el saludo nazi en público y sin remordimientos.
@EuniceRendon
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