“Mandó Dios llamar a su secretario Ángel, el más atrevido, el más ocioso y sabio, para preguntarle: ¿Qué sienten los que gritan gol?, ¿qué les pasa en el cuerpo, en la cabeza, en el alma? —Para explicárselo bien, necesitaría recurrir a ciertas palabras que aquí arriba no son bien oídas— respondió el Ángel.

—Te autorizo decir lo que sea.

—Lo que se experimenta con el gol es... Es... ¡Un orgasmo!

—¿Te parece que yo podría gritar un gol?

—Usted nunca podría gritar un gol, es su precio por ser Dios.

—Debo confesarlo: Cambiaría mi ‘D’ por una ‘d’, con tal de gritar un gol”.

Lo anterior es un fragmento de un texto del escritor argentino Rodolfo Braceli, incluido en su libro De fútbol somos, en el que —al comparar el gol con un orgasmo— se puede asegurar que rebasa la felicidad, la euforia y el placer, hasta llegar a la plenitud. Mucho más que una celebración, esas que las modas de hoy castigan e impiden, cuando se trata de “lastimar” a un equipo con el que el anotador tuvo vínculos.

Sí, modas futboleras que se practican desde hace pocos años, en las que se piden camisetas en el estadio con letreros hacia determinado jugador desde la tribuna, en las que se corre por el balón hacia el interior de la portería, sin celebrar y, luego de anotar, cuando se necesita otro gol, en las que se coloca el balón debajo de la camiseta para anunciar que el anotador espera un bebé o en las que prácticamente en cada gol, se llevan a cabo dos alegrías: La del momento y el estallido al ser convalidado por el VAR.

El amor al futbol se manifiesta de tres maneras principales: Ser jugador, ir al estadio y ver los partidos. En todas se busca el momento de la celebración, a veces inmediata, mediante un “túnel” realizado por uno de nuestros futbolistas, a veces un poco más prolongada y ruidosa (si nuestro equipo anota), y a veces nos dura varios días, con la victoria de último minuto. De cualquier manera, el futbol es una excelente excusa para celebrar ante la expectativa o ante el resultado. Por lo anterior, la anti celebración de un gol resulta contradictoria a todos los principios que nos enamoraron... Pero esa manifestación en la que se pide perdón con las manos juntas encima de la cabeza y se resiste al abrazo con los compañeros, parece casi obligada, cuando se trata del exequipo.

¿A quién demonios le importa si un jugador que pasó por tu equipo celebra? El aficionado sabe quién es y de dónde viene; le importa que no anote, no que festeje. Más allá del extremo caso de Santi Giménez, quien luego de anotar contra el Feyenoord pasó largo tiempo entre la disculpa y el perdón, hemos visto a Brahim Díaz (Real Madrid), quien se negó a festejar contra Manchester City, o Emilio Lara, ahora en Necaxa, que tras el tercer gol de su equipo contra el América se disculpó, sin siquiera anotarlo. Cabe señalar que El Pelón surgió del América, sin consolidarse jamás.

Braceli no es el primero que compara el gol con un orgasmo, pero sí el primero que lo lleva a un diálogo celestial. Hay algo seguro: El gol es demasiado importante como para considerar, en ese momento, a la afición rival, los buenos momentos en ese club o la nada probable ofensa que se da con el balón en las redes.

@felixatlante12 @felixunivision12

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