Las tres hermanas de Franz Kafka, Gabriele, Valerie y Otilie (Ottla) fueron asesinadas durante el genocidio judío perpetrado por los nazis. Si Kafka, cuyo fallecimiento tuvo lugar hace una centuria y el cual se recuerda hoy, en 2024, hubiera vivido veinte años más seguramente habría perecido también en un campo de concentración. Si el tiempo nos diera noticias provenientes del futuro o corriera secretamente en sentido contrario y en dirección al pasado, es comprensible que la perturbadora literatura del escritor checo concentrara en sí estos acontecimientos terribles: la muerte de sus hermanas y la estupidez fascista. Su más apreciado amigo y quien fuera su compañero de estudios en derecho, Max Brod, maquilló y publicó los escritos que Kafka le pidiera incendiar o eliminarlos una vez fallecido. Fue un acto de coquetería ya que podría haberlos destruido él mismo. Gracias a Brod conocemos El castillo, El proceso y la mayoría de su obra. Causó estragos estéticos, influencia y admiración en escritores, artistas y filósofos del siglo XX.

Sus críticos forman una pléyade; Edmund Wilson no comprendía por qué se le concedía tanta importancia a un escritor menor: “compararlo con Proust es absurdo”. Elias Canetti expresó que la mayor cualidad de Kafka era el respeto y añadió que nunca logró aprender de sus errores. En El otro proceso de Kafka, Canetti descubre la relación entre El proceso y el martirio que para el escritor resultaron sus tentativas de matrimonio y su relación con Felice Bauer. Harold Bloom concluye que nos enfrentamos al escritor de lo siniestro y escribe que sus cartas de amor son catastróficas. Bloom intenta descubrir en la obra de Kafka raíces y fundamentos judíos, además de que la relaciona con Freud. Sostiene que es un mejor escritor en sus fragmentos que en su conjunto, pero insiste que lo más importante en su vida fue la escritura. Walter Benjamin niega que fuera sionista y se resiste a concebirlo a través del sicoanálisis.

Kafka admiró a Dostoievski, Von Kleist y Flaubert y llegó a sentir aversión por su familia, ya que ésta era la que más próxima se encontraba de él. Era un hombre medroso y amaba la soledad pese a llevar cierta vida social; era enfermizo. Muere de tuberculosis, no bebía alcohol ni café y detestaba los muebles o los lujos: practicaba una vida ascética y modesta. Su padre lo intimidaba. Su sentido del humor negro era muy refinado, en El comerciante, un hombre dedicado al comercio exclama: “mi dinero lo tiene gente extraña”. Vivió cuatro décadas.

Yo lo leí a los 19 años y desde entonces causó en mí tal impresión que todavía se encuentra presente en mi imaginación deteriorada. No añadiré nada importante acerca de su persona u obra, sólo que sus obsesiones parecen ser la ausencia de justicia entre los seres humanos, la burocracia y lo fantasmal que se tornaban los poderosos, la soledad y la conciencia de que no existe un lugar al cual llegar; quien vive lo hace eternamente y para ello no hace falta más que darse un golpe en la frente, pensaba Kafka. Nuestros gobiernos son kafkianos, así como tantos acontecimientos que vivimos como si éstos conformaran la normalidad; él sabía que todo proceso legal incumple con la ética y que siempre existirán los usurpadores de la claridad y la justicia. Nunca esperó nada de los seres humanos, sin embargo nos ofreció una perspectiva única de ellos. Nadie posee una interpretación completa, verdadera o absoluta sobre Kafka, pese a las miles de páginas acerca de la obra de uno de los mayores escritores del siglo XX.

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