El 8 de octubre vecinos reportaron a autoridades del Edomex el hallazgo de un automóvil, en la localidad de San Lorenzo Nenamicoyan, Jilotepec, en el cual había seis cuerpos calcinados, además de un cráneo.

Las víctimas habían quedado irreconocibles debido a la acción del fuego. Personal de la fiscalía mexiquense logró identificar más tarde a las seis víctimas. Entre estas se hallaba Erika Daniela “N”, La Güera, una vendedora de droga conocida en la zona. En el mismo auto habían quedado los restos de su esposo, Erik “N”, alias El Pitbull, y de Grecia, una sus hijas. Se ubicó también el cuerpo de una mujer trans, dueña de una estética, a la que apodaban La Diabla.

El hallazgo horrorizó a un municipio cuya calma se había hundido entre balaceras, ejecuciones, “levantones” y aprehensiones enmarcadas en la disputa por el control de la venta de droga.

Durante la investigación, la fiscalía detectó mensajes de WhatsApp en los que La Güera había hecho referencia a una serie de amenazas recientes. Había tenido, por ejemplo, miedo de asistir a una feria: “A lo mejor ahí nos encuentran y nos matan”, escribió.

Un exsocio apodado El Padrino, Christian Hernández Uribe, había roto con ella probablemente por cuestiones de dinero. La Güera subió a su muro de Facebook un mensaje en el que revelaba una de las amenazas. Se supo que El Padrino la buscó más tarde en su casa para exigirle que lo bajara.

Las autoridades confirmaron que los muertos de Jilotepec eran “tiradores” de droga a baja escala y formaban parte de un grupo conocido como Los Peluches, ligado al Cártel Jalisco Nueva Generación. Un comando de al menos 15 sujetos los había privado de la libertad en una glorieta del vecino municipio de Cuautitlán Izcalli. En el lugar donde apareció el auto calcinado, la policía encontró casquillos percutidos de .223.

Comenzó la búsqueda de El Padrino.

La segunda parte de la historia se dio un mes más tarde, el 10 de noviembre, precisamente en la colonia San Francisco Tepojaco de Cuautitlán Izcalli. Esa noche de domingo, dos hombres que calles atrás habían recibido un par de armas cortas por parte de una pareja de motociclistas, arribaron a bordo de un vehículo rojo al Bar Bling Bling, un punto de venta de droga, y barrieron con todos cuantos se encontraban ahí.

Murieron seis personas y otras cuatro resultaron heridas. Las armas que los agresores habían recibido eran del calibre .223. Pero había algo más: uno de los muertos, apodado El Gory, había sido amigo de La Güera: formaban parte de un chat cuyo nombre era “AfterAfter” y se hallaba dedicado a las mismas actividades que ella.

El Gory no era, sin embargo, el único objetivo de los agresores. Un personaje conocido como El Cristian había merodeado esa noche en los alrededores del bar. Cuando vio llegar al Bling Bling a dos sujetos apodados Kiko y El Oso quienes formaban parte de la misma célula de La Güera-- se reportó con los hombres del vehículo rojo: “Acaban de entrar”, les dijo. Uno de los agresores fue identificado más tarde como Irvin Adonay, alias El Pinky.

Según la versión de algunos testigos, Kiko logró escapar con ayuda de policías municipales de Cuautitlán Izcalli. Los otros no tuvieron la misma suerte. En un mes, 12 miembros de la misma célula estaban muertos.

De acuerdo con la investigación, la célula de La Güera había comenzado a actuar por su cuenta. Esto provocó que los principales distribuidores de la zona, conocidos como El Remington y El Juárez, quienes ocupan un nivel mayor al del Padrino en la estructura criminal, decidieran borrar por completo al grupo de La Güera.

Los investigadores afirman que El Juárez, su hijo El Cristian, así como El Pinky, intervinieron como autores materiales en la masacre y el calcinamiento de Jilotepec. El Cristian y El Pinky habrían vuelto a actuar en la masacre del Bling Bling.

El nivel de monstruosidad en este caso llegó a tal punto que, luego de dar el pitazo a los asesinos del Bling Bling, El Cristian llamó a la madre del Gory para informarle que su hijo había muerto e incluso se presentó al día siguiente en el velorio de este.

De acuerdo con fuentes del Edomex, en lo alto de la jerarquía de este grupo criminal se encuentra Ismael Molina, El Buchanans, jefe directo de El Remington y El Juárez, cuya zona de influencia abarca 14 municipios mexiquenses, así como las alcaldías Gustavo A. Madero y Azcapotzalco.

Aprehendido por un homicidio cometido en 2019, El Buchanans fue liberado el año pasado “por falta de pruebas”. Ese mismo año ordenó el asesinato de tres hombres y dos mujeres en la autopista México-Pachuca y retomó el control que había mantenido desde la cárcel de actividades delictivas en Ecatepec, Tlalnepantla, Tecámac, Zumpango, Jilotepec y Cuautitlán Izcalli, así como en zonas del estado de Puebla.

La fiscalía mexiquense inició una serie de detenciones en cadena: la semana pasada cayeron El Remington y El Juárez, así como otros involucrados en las masacres. El miércoles pasado, El Buchanans fue aprehendido por fuerzas federales en Puebla.

Jilotepec e Izcalli son el microcosmos de un país en donde miles de células criminales están haciendo estallar diversas formas de horror. Pero por lo menos aquí fue desarticulada una extremadamente violenta: una pesadilla que se extendió en los funestos días de los abrazos. Ojalá estemos presenciando el aviso de un nuevo tiempo.

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