Tenían que sacarla por la puerta de atrás, y con policías. Había causado conmoción desde su debut en el Club Verde de la Plazuela de las Vizcaínas. El empresario Américo Mancini la llevó al Tívoli para que sustituyera a la cubana Rosita Fornés. Según relató ella misma, por petición de Mancini se puso a buscar un nombre que sonara a tambores. “Inventé dos nombres: Tongo-Lele, que viene de las islas Tongo en Polinesia”, le dijo a Elena Poniatowska en una entrevista de 1977.
Una secuencia de tres minutos y medio en la película El rey del barrio (1949) ha quedado para siempre y da muestra cabal de sus capacidades únicas. Según la versión de Tongolele, no se había contemplado la escena en la que Tin Tán baila con ella en el cabaret, pero el entrañable cómico no quiso perder la oportunidad de hacer lo que todo México soñaba: se aventó unos pasos al lado de la diosa, ¡y de pilón le plantó un beso!
“Solo se hablaba de mi cuerpo y de la manera de moverlo”, recordó Tongolele.
Ni María Antonieta Pons, ni Meche Barba, ni Amalia Aguilar, ni Rosa Carmina, tampoco Ninón Sevilla, lograron lo que aquella muchacha de ojos azules y célebre mechón plateado.
Tongolele llegó a México en 1947. Era de Spokane, Washington, pero se había criado en San Francisco. Su padre era sueco. Su madre francesa-haitiana. Su abuela nació en Tahití.
El resultado de esa mezcla extraña fue una obra maestra de sensualidad y carne trémula. El escritor Carlos Fuentes recordaría muchos años después que, como tantos otros de su generación, debía a Tongolele el descubrimiento del sexo.
A ella le sorprendía también el efecto aturdidor que causaba en el público: invariablemente, su aparición en el escenario estaba rodeada de un gran silencio. “Los hombres se quedaban sin habla, con la boca abierta”, relató ella. Algunos empresarios la llamaron “la bailarina sin aplausos”, pues muchas veces ni el más leve pestañeo acompañaba su espectáculo.
El Tongolelismo, una enfermedad moral que denunciaban con grandes titulares y grandes aspavientos toda clase de diarios y revistas, constituyó un terremoto de la más alta intensidad. Los defensores de la decencia se lanzaron contra la exótica, “que era más bien sexótica”. Relata Carlos Monsiváis que el linchamiento incluyó el reparto de volantes a las puertas de los teatros, por parte de autoridades eclesiásticas, para advertir que “quien cometa el pecado mortal de ver y aplaudir a Tongolele será excomulgado”. La campaña de higiene moral llegó acompañada de chismes destinados a destruir su reputación: “Me inventaron amores con hombres que jamás he visto”, le dijo a Poniatowska.
Sin embargo, nada detuvo la locura. Entre 1948 y 1953, Tongolele estaba en todas partes. Había largas filas en el Tívoli y en el Iris. Pérez Prado le dedicó un mambo. Los productores de cine llegaron como tiburones olfateando el dinero: al año de su aparición en el Club Verde las ofertas de trabajo con Tin Tán, David Silva, Armando Calvo, José María Linares Rivas, se acumularon. En pocos años vinieron los rodajes de “La mujer del otro”, “Nocturno de amor”, “Han matado a Tongolele”, “El rey del barrio”, “Mátenme porque me muero” y “Chucho el remendado” (la cara de Tin Tán al verla bailar en esta última película es un verdadero manifiesto: lo dice todo).
El acento extranjero del que no pudo desprenderse nunca le impidió despegar como estrella en plena apoteosis de la Época de Oro. Mientras Ninón Sevilla, Meche Barba, María Antonieta Pons, Amalia Aguilar y Rosa Carmina, entre otras “reinas del trópico”, lograban exitosas carreras cinematográficas, Tongolele solo era requerida para bailar:
“No eran películas, eran churros. Me pagaban muy bien por bailar y llegué a ganar mucho dinero, pero yo hubiera querido hacer una cosa mejor”, recordó con amargura.
El papel esperado no llegó jamás: “No querían que nadie que tuviera acento extranjero hablara en la pantalla”, decía. Por eso su carrera está hecha de pequeñas apariciones, instantes eléctricos de cuando las diosas todavía bajaban a la tierra y caminaban por sus jardines.
Es posible afirmar que este fin de semana el cine mexicano perdió a su última Venus.
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