Y de golpe, están por cumplirse 40 años de la peor tragedia en la historia moderna de la ciudad de México: el terremoto de 1985. No tenía esto en la cabeza cuando caminamos, la otra noche, con las cámaras de El Foco por los alrededores del sitio donde alguna vez estuvo el Edificio Nuevo León.

Pero no hay forma de pasar por ahí sin que las imágenes atroces del colapso de aquella construcción de 15 pisos atraviesen, temblando, las décadas y los años.

Luego de un sismo intenso ocurrido en 1979, el Edificio Nuevo León se inclinó: había sido construido sobre el fango del lago seco de Texcoco. Lo desalojaron durante varios meses y poco más tarde se anunció que se hallaba completamente rehabilitado.

Sus habitantes regresaron al lugar en donde perderían seis años más tarde la vida, la mañana del fatal 19 de septiembre.

Ese día, en poco más de un minuto, dos secciones del Nuevo León (192 departamentos) se volvieron la tumba de cientos de personas. La única sección que quedó en pie fue dinamitada y no es exagerado decir que todo México vio aquello en televisión.

Se transmitió el programa y un televidente me escribió para contarme algo que había ocurrido en el Nuevo León diez años antes del terremoto, en enero de 1975. El correo que llegó a mi buzón tenía un título misterioso: “Las momias de Tlatelolco”. Creí que contendría algo relacionado con el arqueólogo Francisco González Rul, que exploró los templos del antiguo Tlatelolco antes de que Mario Pani metiera las excavadoras y destruyera en masa todo vestigio de la ciudad gemela de Tenochtitlan, donde se dio la última resistencia indígena.

No era así. Se trataba de otras momias. Sucede que el 10 de enero de aquel año, un plomero fue llamado a uno de los departamentos del Nuevo León para instalar un lavabo. Al horadar la pared encontró un respiradero tapado por montañas de basura que los desaliñados habitantes del edificio solían arrojar, no al cesto correspondiente, sino por las ventilas del baño. Entre esos montes de basura estaba el cuerpo momificado de un hombre joven.

La primera hipótesis fue que se trataba de uno de los estudiantes que el 2 de octubre de 1968 logró escapar de las balas con que el Ejército de Díaz Ordaz barrió la Plaza de las Tres Culturas y se había escondido en el ducto de ventilación del edificio.

La momia tenía un fuerte golpe en la base del cráneo y un par de credenciales a nombre de Eliseo Guadalupe Sergio Gutiérrez Aragón, un muchacho de 19 años que había sido empleado de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, y que estaba reportado como desaparecido desde el 19 de diciembre de 1967.

En plena temporada decembrina, Eliseo se había ido a celebrar a un bar de la calle de Allende con el pagador José Luis Ortega. Decidieron seguirla en un departamento de Santa María la Redonda. Comenzaron a discutir porque la quincena de Eliseo había llegado incompleta. Cuando arribó al departamento otro compañero de trabajo, Héctor Cárdenas Mendoza, Eliseo ya estaba muerto.

Dejaron el cuerpo ahí durante un par de días, porque no sabían cómo deshacerse de él. Finalmente pidieron la ayuda de un conocido que trabajaba como cartero, Daniel González, quien metió el cuerpo de Eliseo en el saco de la correspondencia. Héctor Cárdenas vivía en el Nuevo León y pensó que el ducto de la ventilación era un buen sitio para arrojar el cuerpo. Desatornillaron la ventanilla del baño y arrojaron el cadáver.

A lo largo de ocho años la basura arrojada por la ventila creó “una capa protectora” que detuvo la putrefacción. Cuando la policía armó la historia, el pagador Ortega acababa de morir de cirrosis: no hacía una semana que lo habían enterrado en el panteón civil de Iztapalapa. Los investigadores, sin embargo, dieron con Héctor Cárdenas y con su amigo el cartero. A ambos los extorsionaron y luego dejaron en libertad, bajo el alegato de que el delito había prescrito.

En ese tiempo yo vivía en Tlatelolco, pero no recuerdo esa historia. Les he preguntado a mi madre y a mi hermana, pero ellas tampoco. Fue sin embargo un verdadero escándalo por la razón que cuento a continuación.

Supongo que el Edificio Nuevo León era un verdadero basurero. A solo unos días de que apareciera el cuerpo de Eliseo, un empleado de limpieza fue enviado a asear el sótano del edificio. Y ahí estaba la momia de otro personaje sepultado por la basura, que había desaparecido en el mes de febrero de 1972: Galo Fabio Valdivieso, un profesor alcohólico que, sin que jamás se entendiera por qué, terminó la parranda en aquel sitio y murió con unos lentes oscuros puestos, debido a una congestión alcohólica. ¿Habrán tenido algo que ver con esa muerte el pagador Ortega y su amigo Héctor Cárdenas?

Ya no lo sabremos. El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19, el Edificio Nuevo León se llevó para siempre sus misterios.

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