El féretro de color blanco que guardaba los restos de Jael Monserrat Uribe Palmeros arribó el viernes pasado a la Glorieta de Las Mujeres que Luchan, en el Paseo de la Reforma. En medio del tráfico del mediodía, un puñado de madres buscadoras, activistas y familiares, lo recibieron.
Fue una escena de desolación. La madre de Jael Monserrat, Jacqueline Palmeros, habló con voz entrecortada de la siniestra travesía de más de cuatro años que la llevó a encontrar algunos segmentos óseos de su hija en un lugar de difícil acceso en el Ajusco.
La rodeaban el llanto y la indignación. Un arreglo floral lo decía todo: “Solo nosotras te encontramos”.
En “el tiempo de las mujeres”, esa tarde se oyó en Reforma otra historia de oscuridad.
Jael Monserrat tenía 21 años. Trabajaba como recepcionista en un call center. El 24 de julio de 2020 una amiga le ofreció un empleo y le indicó que un hombre la recogería a las 13:15 en las inmediaciones de Plaza La Viga. Su pareja la dejó en aquel lugar.
Fue lo último que se supo de ella.
El sábado y el domingo su madre la estuvo buscando. Una amiga fue a verla a su departamento en Iztapalapa. No había nadie.
Su madre levantó la denuncia el lunes siguiente y señaló que el funcionario encargado de atenderla había subrayado que su hija tenía tatuajes. La señora Palmeros denunció también que se había levantado la denuncia por desaparición voluntaria. Ella replicó que eso era imposible. Jael tenía dos hijos. No había forma de que hubiera desaparecido voluntariamente.
Comenzó el calvario ante el silencio, la indiferencia. Los sombríos laberintos institucionales. Como ocurre siempre, fue la propia madre de la víctima quien se echó a cuestas la investigación: el angustioso recorrido por hospitales, semefos, fiscalías. Un policía de investigación la reprendió por dar entrevistas y andar “alborotando el gallinero” en las fiscalías del Edomex, de Hidalgo, de Puebla, de Morelos.
Fue la señora Palmeros quien tuvo que recorrer los alrededores de Plaza La Viga para pedir los videos del 24 de julio de 2020. Fue ella quien constató que su hija había abordado un auto en compañía de un hombre que llevaba una camiseta blanca y un pantalón guinda.
Acusó que ni la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum ni la entonces fiscal capitalina Ernestina Godoy la habían recibido. Marchó de Bellas Artes al Ayuntamiento y logró ser recibida por funcionarios que se comprometieron a resolver el caso. “No me van a ayudar”, dijo. Y cuando descubrió que había otras madres en la misma condición, fundó el colectivo Una Luz en el Camino.
Un mensaje anónimo le anunció que el cuerpo de su hija estaba en el Ajusco. Lo reportó a la fiscalía, pero no sucedió nada. La búsqueda la llevaron a cabo las integrantes del colectivo.
En enero de 2023, Adriana “N” y Miguel “N”, las dos personas presuntamente involucradas en la desaparición de Yael fueron detenidas. La juez Belem Bolaños Martínez las liberó un año más tarde. El Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México sostuvo que los videos en los que se veía a Jael Monserrat subir a un auto, y que serían utilizados como prueba por la fiscalía capitalina, se habían extraviado en el ministerio público. Dicho extravío había sido “determinante” para que se llevara a cabo la liberación.
La juez creía, además, que se juzgaba a la pareja erróneamente por desaparición forzada cometida por particulares. En su opinión, se trataba, alegó, de un feminicidio. El delito no fue reclasificado.
Los esfuerzos de cuatro años quedaron en nada. El gobierno que supuestamente enarboló la bandera de las mujeres, les fallaba una vez más.
En noviembre pasado, el colectivo localizó un segmento óseo en Llano del Vidrio, en la sierra del Ajusco, entre Parres, Tres Marías, Mezontepec y el Volcán Pelado: una zona adonde han ido a parar, desde hace más de una década, los restos de mujeres desaparecidas en Tlalpan, Xochimilco, Tláhuac, Milpa Alta e Iztapalapa: un verdadero cementerio de mujeres. El 17 de enero la fiscalía le confirmó a la señora Palmeros que había un 99.99% de coincidencias genéticas: que el fragmento óseo correspondía a su hija. Vino un nuevo calvario para que se lo entregaran. Al mismo tiempo, se llevaron a cabo nuevas jornadas a fin de rescatar más restos.
El viernes, un ataúd blanco atravesó Reforma. “Nadie merece recoger los restos de su hija en ningún lugar”, dijo Jacqueline Palmeros.
El sepelio se llevó a cabo al día siguiente en el panteón de San Nicolás Tolentino, cuatro años y medio después de la desaparición de Jael. Pasaron todos estos días, y en ninguno de ellos ha habido ni verdad ni justicia.