El Partido Demócrata necesitaba aprovechar su convención en Chicago para presentar a su candidata de manera exitosa, consolidar sus avances con demográficos que habían abandonado al presidente Biden y trazar contrastes claros con Donald Trump. Lo consiguieron con creces.
Los demócratas supieron aprovechar sus ventajas. Lo más relevante, quizá, es que el partido cuenta con una larga lista de figuras populares y respetadas para convencer a los votantes, comenzando por dos expresidentes activos y elocuentes: Barack Obama y Bill Clinton. El partido republicano con Donald Trump, en cambio, se reduce básicamente a los acólitos directos del expresidente.
Las figuras moderadas del partido, incluido el expresidente George W. Bush, hace tiempo se bajaron del barco.
Al presentar un frente unido noche tras noche, los demócratas presentaron un sentido de misión nítido, coronado por los discursos memorables de Michelle Obama, el candidato vicepresidencial Tim Walz y la propia Harris.
El resultado de la semana ha sido la euforia. Tiene sentido. Hasta hace poco tiempo, el partido demócrata aparecía muerto. Ahora ha descubierto que sigue con vida. El riesgo, por supuesto, es el exceso de confianza y la distracción. Nos sorprende que tantos de los oradores relevantes subrayan la importancia de seguir empujando, de seguir convenciendo.
Harris todavía no puede llamarse favorita, pero va a pelear la presidencia palmo a palmo. Eso es mucho mejor de lo que presagiaba el panorama político hace apenas unas semanas.
Analista.
@LeonKrauze