El sábado, el sitio de internet “Politico” publicó un análisis espeluznante. Uno de sus reporteros se dedicó a analizar 20 mítines recientes de Donald Trump en la recta final rumbo a la elección de noviembre. Lo que encontró es evidencia de una radicalización cada vez más grave de la retórica xenofóbica y antiinmigrante del expresidente de Estados Unidos.
Sólo durante su discurso reciente en la ciudad de Aurora, Colorado, Político reporta que Trump llamó a los inmigrantes “criminales sedientos de sangre” y “la gente más violenta del mundo”. Antes les ha llamado “animales” y “asesinos” que pretenden “envenenar la sangre del país”, alterando –dice Trump– el tejido social.
El análisis confirma que Trump tiene planeado pasar de las palabras a los hechos. Como parte de su mensaje final a los votantes, ha prometido construir centros de detención para comenzar la deportación de millones de seres humanos para contrarrestar lo que él llama el “crimen migrante” (cosa inexistente, de acuerdo con estudios muy detallados).
Y no sólo eso.
A finales de la semana dio un paso históricamente alarmante, al adelantar que pretende atenerse al llamado “Aliens Enemy Act”, un decreto de finales del siglo XVIII que le pemite al presidente de Estados Unidos detener y expulsar a inmigrantes, iuncluso aquellos en el país de manera legal. sin necesidad de proceso legal alguno. El carácter arbitrario de esta facultad ha derivado en abusos terribles en el pasado, como los cometidos contra estadounidenses de origen japonés en la Segunda Guerra.
Que Trump amenace con utilizar un recurso radical, claramente pensado como herramienta en tiempos de guerra, debería ser un foco rojo del tamaño de un faro. El frenesí antiinmigrante podría derivar muy fácilmente en detenciones masivas y arbitrarias que hundirían a la comunidad inmigrante -incluidos inmigrantes legales, hay que aclarar de nuevo- en un estado de indefensión y terror constante.
A esta amenaza se suma el proyecto de deportación masiva que Trump y sus aliados han establecido como una prioridad desde su primer día en el gobierno. Las repercusiones de deportar a millones de seres humanos que han hecho una vida en Estados Unidos y contribuyen de manera indispensable a su economía serían gravísimas. Un estudio reciente del Consejo Americano de Migración de esa hipotética deportación en más de 315 mil millones de dólares. Esos sólo son los costos inmediatos. La economía estadounidense perdería hasta 6.8% del PIB anualmente como consecuencia. Decenas de industrias resentirían de inmediato la ausencia de mano de obra.
Los costos humanos y morales serían peores. Si Trump consiguiera expulsar del país a entre 11 y 13 millones de indocumentados, alrededor de 5 millones de niños quedarían en la orfandad parcial o completa. Como contexto: en la guerra en Irak quedaron huérfanos alrededor de 750 mil niños iraquíes. Ahora serían 5 millones de niños estadounidenses, la enorme mayoría de origen hispano y una enorme mayoría de ellos de origen mexicano. Alrededor de 4 millones de familias mixtas -en las que uno de los padres es indocumentado- se verían separadas. Esas familias perderían, en promedio, más del 60% de su ingreso, condenándolos a situaciones de pobreza.
Son cifras tan devastadoras que cuesta trabajo comprenderlas a cabalidad.
Pero más vale comprenderlas.
Sobre todo aquellos que todavía consideran la posibilidad de apoyar a Trump. No hay que engañarse: apoyar a Trump es respaldar a un fascista. El racismo antiinmigrante de Trump amenaza con dar ese paso. Y cuando se da ese paso es muy difícil regresar. Cada persona que respalda a un hombre así tendrá que enfrentar las consecuencias de su decisión. Y la historia no perdona.