¿Se acuerdan de la fábula de Esopo del labrador y la serpiente?

Arturo Zaldívar Lelo de Larrea no es ningún improvisado, llegó a la Suprema Corte de Justicia sucediendo a Góngora Pimentel mediante una compleja negociación en el Senado de la República. Eran los tiempos de Felipe Calderón y desde entonces Zaldívar afilaba el colmillo político.

Todos los presidentes han negociado con la Corte, absolutamente todos, desde antes que Ernesto Zedillo y el priato del 94 disolviera y reestructurara, mediante un cisma de reformas, al Poder Judicial, cuando los tribunales no eran más que una extensión de los deseos del Poder Ejecutivo, hasta la nueva era del cabildeo y la presión política.

Y también todos los presidentes, desde la reforma del 94, han tenido a sus ministros consentidos y apoyadores y a sus ministros estorbos. Lo único que ha cambiado es que ahora López Obrador lo dice sin tabú ni vergüenza.

En la política hay pactos de silencio que se mantienen por el bien de la República, en aquellos remotos días del decoro todos mantenían el pico cerrado a sabiendas del secreto a voces, de que existían negociaciones a favor o en contra de los amigos o enemigos del “estado” y sí, por lo regular, ese “estado” era el Presidente y la cúpula en turno.

El silencio de aquellas épocas garantizaba cierta gobernabilidad, la imagen pública de la división de poderes, de la autonomía, de la democracia y cosas por el estilo, también es cierto que la discreción ayudaba mucho a que las derrotas fuesen menos amargas y a que la balanza de poder estuviera un tanto más equilibrada.

López Obrador no es un hombre de Estado sino un showman adicto al reflector, el Presidente no gusta de gobernar sino de entretener y evidentemente que las prioridades entre el performer y el estadista son abismales: uno va por las maromas y piruetas y el otro prefiere la solidez del suelo firme.

Si el Presidente fuese un estadista, se habría guardado el comentario de ayer en la mañanera, ese balconeo que lo desnuda sin piedad, esa fulminante declaración que arrebata autoridad moral al que se supone es su aliado.

Pero el Presidente no es un estadista y, al parecer, tampoco un buen confidente.

Sin embargo, Zaldívar sabe a lo que juega, dejó las sombras de las negociaciones sibilinas en la Corte para entrar al circo estridente de la política y ya coqueteaba con las luces, cámara y acción desde que abrió su TikTok siendo ministro, indignando al círculo rojo, pero cautivando a un joven mercado no politizado.

Lo de ayer no lo desactiva, a fin de cuentas, como decía Séneca, caer está permitido, levantarse es obligatorio.

DE COLOFÓN.

Y todo el berrinche de ayer fue para justificar la torpeza de la Fiscalía General de la República contra Lozoya. Dice el Presidente que los jueces son corruptos, pero ¿no fue la FGR de Gertz Manero, en primer lugar, la que no pidió para Lozoya prisión preventiva oficiosa y hasta engañó a los medios con un montaje cuando llegó de España?

Ya falta menos, solo 221 días y se acaba el sexenio.

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