Las concepciones que en la sociedad se han enraizado, tienen una fuerza enorme que mal harían las autoridades en menospreciar cuando de impulsar cambios se trata. En el campo educativo una de ellas es la de la Preparatoria.

Aunque se hable de Educación Media Superior, subyace a esa denominación la idea de un tramo educativo que tiene como objetivo el ingreso a la educación superior. Es decir, terminada la Educación Básica, lo que sigue es cursar un largo proceso propedéutico (“enseñanza preparatoria para el estudio de una disciplina”) para llegar a la Universidad. En el pasado, se le conoció como Bachillerato y se otorgaba un título: Bachiller. Polvos de otros tiempos.

Derivado de esta noción generalizada, los años posteriores a la secundaria no son un espacio educativo que tenga objetivos propios, sino un puente entre la formación básica y la máxima. Está en medio de dos etapas que sí tienen finalidades claras: la formación general, en el caso de la primera, y la especializada que persigue la licencia ya sea para ejercer una profesión, conocer lo fundamental de una zona del saber humano (como tránsito al posgrado) o contar con el certificado que permite acceder a una especialización más acotada y profunda: tal es el caso de la medicina. Si no se modifica esa imagen, seguirá al servicio de la fase subsecuente.

Se ha intentado ya que en algunas instituciones fuese una etapa “terminal” —peor término, imposible: remite a una enfermedad en que la muerte es irremediable— en el sentido de no emitir pasaporte para el ciclo siguiente, y aportar (sic) un saber hacer para salir, sin apoyos, a la esfera productiva. Pero ese nivel técnico, mal planteado y dirigido con torpeza a reducir la demanda posterior, resulta insuficiente en el imaginario de millares de familias, dado que lo que se busca con la idea de Prepa es la credencial para pasar a la Superior y “ser alguien en la vida”.

¿Cómo cambiar esa mirada instrumental para dar sentido específico a los estudios medios, como un tramo formativo relevante en sí mismo? Sin pretender originalidad alguna, se podrían diferenciar dos modalidades: una, formativa y además (no solo) propedéutica en el transito a la educación superior, de otra que tenga como tarea también la formación, sí, pero además (no solo) la preparación seria para el desarrollo de actividades laborales dignas, que realmente ofrezcan espacios de trabajo interesantes, socialmente reconocidos y que permitan un desempeño profesional bien remunerado.

¿Por qué no asociar esta segunda modalidad con el Programa de Jóvenes Construyendo el Futuro, de tal manera que se les otorgue, además de una beca para su permanencia, condiciones económicas posteriores, por un lapso suficiente, en lo que encuentran sitios en empresas o espacios productivos que sí correspondan con una sólida preparación técnica? De este modo, los oficios serían atractivos para muchas personas pues contarían con conocimientos especializados, por ejemplo, en plazas que requieren habilidades avanzadas en la industria; en los cuidados de adultos mayores que serán cada vez más necesarios; en trabajos de mantenimiento de instalaciones hidráulicas, eléctricas u electrónicas, así como en la elaboración de alto nivel de enseres de madera, o su restauración, que tienen demanda y retribución económica relevante.

Este es, tan solo, el bosquejo de una propuesta. Urgen alternativas que contribuyan a modificar esa idea de la Prepa como “academia pública Guillot” para “pasar” el examen, o eludirlo.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.

@ManuelGilAnton

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