Una amenaza creíble entre países es una situación en la que uno, debido a sus acciones, declaraciones o capacidades militares, económicas y/o tecnológicas plantea un riesgo realista y tangible a otro país. Para que una amenaza sea considerada creíble debe cumplir con varios criterios como la capacidad real del país que la emite para llevar a cabo la acción amenazante, la intención manifiesta o implícita de hacerlo, y una percepción general de que no es una simple advertencia o intimidación, sino algo que podría materializarse en cualquier momento o en el mediano plazo.
Es un instrumento de presión en la diplomacia internacional y, dependiendo de las circunstancias puede servir para disuadir, intimidar o forzar negociaciones.
La naturaleza y el impacto de estas amenazas dependen del contexto geopolítico, de las capacidades reales de los países involucrados y de la percepción que ambos tengan de sus relaciones y de sus intereses.
La elección del pasado 5 de noviembre dibujó sorpresa en el mapa global; la victoria de Donald Trump causó varias reacciones emocionales implicando que su regreso a la Casa Blanca era algo que no se anticipaba, logrando generar en el espectro geopolítico entre agrado, desconcierto, temor y alegría. México no está exento de sufrir una gama diversa de emociones ante lo que serán cuatro años de convivencia con el republicano. La confianza colectiva está amenazada.
El magnate ha soltado amagos creíbles contra el gobierno de Sheinbaum que deben ser tomados con seriedad y evitar minimizarlos o subestimarlos.
La propuesta de aplicar aranceles, sanciones y/o limitar el comercio con México debe tomarse con cautela y el amago de combatir a las organizaciones criminales —empoderadas en amplias regiones del país— in situ no suena descabellado para un Trump que no puede reelegirse nuevamente y apostará por llevar a cabo sus propuestas de campaña —migración, seguridad, comercio— que tuvieron fondos en el banco del ánimo elector estadunidense.
No hay mucho margen para el gobierno mexicano.
No debe olvidarse que fue en 2020 cuando la entonces administración del magnate detuvo en el aeropuerto de Los Ángeles al exsecretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, empujando una crisis bilateral de pronóstico reservado.
El contexto actual se antoja más apetitoso para los Estados Unidos.
Un país donde está comprobado el cogobierno con el narco y donde campea una impunidad sin límites. Territorios enteros sufriendo la violencia de la implosión del cártel de Sinaloa donde alrededor se teje un nuevo balance de poder criminal de la mano del poder político.
El desastre en materia de migración en ambas fronteras será materia del quid pro quo bilateral sin embargo, el fracaso en materia de seguridad es un riesgo latente para la región pero también para la creatividad de Trump, que podría hacer palidecer al gobierno de Biden con el “affaire” Zambada.
La construcción de la narrativa republicana y demócrata de un narcoestado mexicano y la probabilidad de etiquetar a algunas organizaciones criminales como terroristas tiene que estar en el tablero estratégico de Sheinbaum. México con Donald Trump se coloca además como eje de un epicentro geopolítico con actores como China y Rusia.
Hoy se vuelve primordial la coordinación y comunicación entre áreas del gobierno mexicano y sofocar esa hoguera de las vanidades que amaga con quemar el despacho de Palacio Nacional.
@GomezZalce