La capital mexicana tiene espacios únicos que son muy fáciles de distinguir, como la colonia Roma, que se caracteriza por un particular ambiente cultural, además de edificios que van desde lo más moderno hasta casonas porfirianas.

Esta ocasión, retoma un reportaje publicado por este diario en junio de 1992 sobre la Roma. Además de los detalles sobre las familias y personajes que habitaron en calles como Orizaba y Álvaro Obregón, llama la atención que hace unos treinta años empezaron a restaurarse estas residencias.

En vista de que la tendencia se mantiene hasta la fecha, presentamos la entrevista con el arquitecto Pablo Pérez Palacios, que en años recientes dirigió la restauración de una casa de 1925 en esta zona, para compartir los los puntos clave de esta tarea de rescate urbano.


La Plaza Río de Janeiro, el corazón de la Roma

El reportero Edgar Félix decía que “en la colonia Roma campea un viento viejo, legendario, mezcla de smog y vida moderna”. No exageraba, pues tan sólo el barrio de La Romita ha sido habitado desde antes de la Conquista; también es cierto que artistas como Ramón López Velarde y David Alfaro Siqueiros eligieron esta zona para su proceso creativo.

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A pesar del arte y la historia, también era -y es- muy real el deterioro en que caen los centenarios inmuebles, así como el acelerado paso del tiempo que introduce desde vanguardias artísticas hasta procesos como la gentrificación, que ya ha desplazado comerciantes y vecinos por igual.

Antes de la fiebre de los restaurantes, cafés y galerías frecuentadas por extranjeros, en los edificios de la colonia había negocios como la Farmacia Roma y Quesos Balmori. Archivo EL UNIVERSAL.

Edgar Félix compartió datos históricos esenciales de la zona, desde el comienzo cuando los mexicas lo llamaban Aztacalco hasta la llegada del circo británico de los hermanos Orrin, cuya gira con el payaso inglés Ricardo Bell por ciudades de todo México dio su nombre a las calles de la colonia.

Sin embargo, queda claro que más que los hechos de quién puso nombres a las arterias urbanas y quién fraccionó la tierra para venderla, lo que Félix valoraba eran las historias de vida que se dieron en este rincón contracultural de la alcaldía Cuauhtémoc.


El reportero presentó una entrevista con la señora Ana Bauche, viuda de Víctor Lustalot, quien para 1992 llevaba más de sesenta años viviendo en la Roma, desde 1926.

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En la deslumbrante casona de la calle Colima, donde hoy está el Centro Gallego, la familia del antiguo dueño de la Mercería del Refugio comenzó su vida de forma más bien tranquila, pues la señora Bauche destacaba que en los años 20 ahí “se vivía con suficiente calma como para detenerse a platicar y conocer a todos los vecinos.”


“En la Plaza Río de Janeiro había serenata los jueves y sábados. Ahí se conocían los jóvenes casaderos”, comentó, y como prueba de haber conocido el vecindario, le platicó al periodista que en la calle Tonalá vivía la familia Charles, comerciantes exitosos.

Atrás de la casa de la viuda de Lustalot, vivía la familia Margáin, cuyos niños “le hacían pasar corajes” a la señora cuando lanzaban piedras a sus ventanas. Al final, Bauche se quedaba con el recuerdo de que “al crecer se apaciguaron” y que de ellos, el niño Hugo llegó a ser senador de la República.

Entre las memorias de aquella vecina de la Roma, no faltaron las bodas, pues señaló que Hugo Margáin se casó con una de las Charles, mientras que una de sus hermanas desposó al arquitecto Carlos Lazo.


Un rincón como San Francisco y Nueva York

“Por la colonia Roma han pasado toda clase de políticos encumbrados, artistas, hombres de negocios, inmigrantes o extranjeros”, dijo Ana Bauche en aquella charla. Una de las causas de esta “migración” habría sido la guerra de Corea, de acuerdo con ella.

Tras la Segunda Guerra Mundial, un conflicto bélico importante ocurrió entre las dos Coreas. Bauche de Lustalot aseguraba que “cientos de estadunidenses” que vivieron esa guerra de 1950 a 1953, ya en su retiro, se mudaron a esta colonia.

Ellos fueron parte de sus razones para decir que “la Roma fue, junto con San Francisco y Nueva York, la cuna de los beatniks, antecesores de los hippies”.


Narró que “el novelista Jack Kerouac, sumo sacerdote de los beatniks y primero en reconocer con letras de molde su afición por la mariguana, escribió buena parte de su obra en diversos apartamentos de la colonia”.

Entre los combatientes atormentados por la violencia y los textos de Kerouac, que hablaban de pobreza, música jazz, libertad sexual, espiritualidad, consumo de drogas y hasta viajes mochileros a México, se concentró un ambiente alternativo y contracultural.


Esta parte del relato introdujo a un nuevo personaje: Julieta Bastard, dueña de una casa de huéspedes conocida por ser siempre tolerante con los inquilinos que se atrasaban con los pagos de renta en domicilios como Campeche y Guanajuato.

Artistas como los pintores David Alfaro Siqueiros y Satish Gujral, la crítica de arte Raquel Tibol y periodistas como José Pagés Llergo y Mauricio González de la Garza, todos fueron inquilinos de Bastard en algún momento, por mencionar unos cuantos.


La lista de vecinos célebres de la Roma sería todavía mayor, con personas como el escritor José Emilio Pacheco, el cronista de la ciudad Guillermo Tovar y de Teresa y el director de orquesta Enrique Bátiz, quien pasó su niñez en la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón, frente a la fuente de Venus.

Se volvió una zona insegura y abandonada

Desde finales de los años 80, esta colonia decayó a raíz del sismo de 1985, que dañó inmuebles y desplazó familias. Todavía en 1986 era normal que, en nuestra sección de clasificados El Aviso Oportuno, se leyeran anuncios como “Remato todo por el temblor” seguidos de domicilios en la Roma.

Las páginas de EL UNIVERSAL registraron que, desde antes del temblor, quienes tenían los recursos habían comenzado a mudarse a zonas como el Pedregal de San Ángel o Lomas de Chapultepec. Entre la salida de parte de sus habitantes de antaño y la catástrofe del 19 de septiembre, comenzó a haber varios cambios.


Un aspecto en que se reflejó el descuido de la Roma, y que quizá hoy sea difícil de entender para los más jóvenes, fueron las cabinas telefónicas. Por media década, de acuerdo con vecinos, la mayoría de los teléfonos públicos había dejado de servir.

Muchos de estos aparatos fueron vandalizados, pues les faltaban partes o estaban rotos; otros tantos estaban completos pero no tenían línea; y para colmo, los que sí servían no estaban disponibles porque Telmex tardaba mucho en enviar operadores que les vaciaran las monedas.

Era un problema porque entonces no todos en la ciudad de México podían costear un teléfono fijo, mucho menos un celular. El resultado era que cientos, si no es que miles de habitantes de la Roma, permanecían incomunicados.


Tras publicarse la nota de 1994 Muertos, desde hace 5 años, muchos teléfonos en la Roma, de la reportera Cecilia Higuera, El Gran Diario de México recibió y publicó información de más inconformidades en este barrio.

Tanto la delincuencia como el inservible alumbrado público eran problemas permanentes en avenidas como Álvaro Obregón y Orizaba. Las quejas iban desde el robo de autopartes y los asaltos a transeúntes, hasta la poca participación de autoridades.

Además de que el ambiente comenzaba a cambiar, quedando atrás los aires de aristocracia y la pretensión de barrio europeo cosmopolita, el paisaje también tenía un nuevo rostro: el abandono.


"Arquitectura silenciosa", una solución para la Roma

Imágenes del reportaje de 1992, de Edgar Félix, muestran que algunos edificios caían en el olvido poco a poco. Sin importar el pasado lujoso o la calidad de los materiales de aquellas casonas, ahora tenían desde pintura descarapelada hasta ventanas rotas.

Los esfuerzos de rescate urbano habrían comenzado durante los años 90 en la Roma, para dar lugar a una tendencia que requiere mucho tiempo y recursos, pero continúa hasta hoy.

En entrevista con Mochilazo en el Tiempo, el arquitecto Pablo Pérez Palacios, que con la firma Pérez Palacios y Asociados (PPAA) ha liderado numerosos proyectos en todo el mundo, conversó acerca de la restauración de una casa antigua en la colonia Roma.

Monterrey 55 es una casona de estilo afrancesado que por años sirvió como oficinas para una fundación, antes de pasar a manos de un desarrollador inmobiliario que optó por regresarle al edificio un poco de su brillo original.

Pérez Palacios resalta que no todos habrían tomado esa decisión, en cambio opina que “en México suena muy fácil decir: pues tíralo”. Una opción habría sido modificar todo el interior y dejar intacta la fachada, sólo por respetar las regulaciones para inmuebles históricos.

En lugar de ello, decidieron revertir las desventajas que acarreaba la casona cuando sirvió de oficina para la fundación a la que lo rentaba la dueña anterior. La idea era habilitar de nuevo departamentos, para devolverle a este espacio su función original de casa habitación.

Un aspecto interesante del proyecto de Monterrey 55 fue que la meta no sería sólo restaurar, sino también darle lo mejor de la modernidad al multifamiliar que buscaban realizar.

Para Pablo, “lo moderno no está en lo formal, sino en la experiencia” y por lo tanto, la estrategia fue perforar por dentro, en los puntos necesarios para darle una nueva circulación a la casa, con espacios más dinámicos.


La escalera antigua que ilumina el gran tragaluz de la propiedad recibió una nueva vida como área común para todos los habitantes del edificio, desde ahí es posible llegar a la entrada de cada departamento y al pasillo que conecta con la torre nueva.

Sobre esta torre, el arquitecto explica que aprovecharon que sólo sesenta por ciento de la parcela original era construcción para levantar desde cero departamentos en el espacio libre.

La pasión de Pérez Palacios por este tipo de retos profesionales queda clara y no pierde de vista la oportunidad que llegó a sus manos, aunque reconoce que hubo etapas complicadas, como detener el tráfico para usar una grúa a media calle que instalaría otra grúa detrás de la casona o como todo el proceso de obra en sí.

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Para el entrevistado, el mayor valor de este proyecto no se encuentra en la cantidad de viviendas que entregó, tampoco en el domicilio por sí solo. Más bien, señala cómo los vecinos de Monterrey 55 disfrutan compartir un momento con sus invitados en la monumental escalera, bajo el antaño tragaluz.

Este conjunto arquitectónico le dio la ocasión de “decir que hay un valor agregado intangible”, tal y como se puede apreciar en la restauración de toda la herrería y la remoción de décadas de pintura hasta dar con la sorpresa de que el muro es piedra cantera.

Hacia el final de la plática, Pablo sostiene que estos resultados no habrían sido posibles sin toda la investigación histórica que realizó en equipo con sus colegas. Por muy escasa que sea, buscar bibliografía es importante, así como “rascarle con los propietarios” para redescubrir el pasado de cada inmueble.


Por supuesto, cuando se trata de casas tan antiguas, como ésta que cumplirá cien años el próximo 2025, es casi imposible contar con documentos tan valiosos como un plano original.

La respuesta fue, según nos narró, hacerle calas a la estructura: un procedimiento similar a las biopsias que hacen los médicos, pues se trata de abrir un muro para conocer detalles de cómo está hecho, desde su espesor hasta los muros de carga.

Del mismo modo, trazaron sus propios planos de la casona y realizaron dibujos digitales de cada ornamento, como las molduras.


Además del tragaluz, esta toma permite apreciar el gran cuidado al detalle que tuvo el estudio arquitectónico al sacarle brillo a los detalles más antiguos de la casa. Foto: Rafael Gamo/Instagram.

Pablo considera que la forma en que este proyecto se integró al paisaje urbano de la Roma, sin dejar atrás ni el objetivo comercial ni el valor histórico reside, en gran parte, en la forma de abordar la torre departamental.

Con una fachada más bien minimalista y moderna, la torre podría proyectar un ambiente por completo ajeno al barrio cultural de la Roma, pero no rompe con el paisaje gracias a encontrarse detrás de la casona.

Explica que aunque “la vemos [la torre] en la foto porque yo me crucé al otro lado de la calle”, en realidad estaba claro que la prioridad era resaltar el valor histórico y por ello descartaron hacer identificable el nuevo edificio desde la fachada.

Su forma de definir esto, aunque raya en la poesía, es fácil de comprender: “Nosotros lo que hicimos es una arquitectura honesta, silenciosa y callada”, afirma, y apunta que la de la torre es una arquitectura que se opone a tener el protagonismo porque se lo da a la casa.

Pérez Palacios sigue entusiasta por abordar más tareas de restauración de edificios antiguos, de los que más allá de su encanto estético, comparte que también es importante rescatar por la calidad de su hechura, que le parece memorable según recuerda artefactos de tiempos de nuestros abuelos.

Por último, pero no menos importante, expresa que este trabajo no es acerca de “hacer cosas como se hacían antes”, sino de entender el valor de la indeleble premisa de crear algo encaminado a envejecer con gracia.

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