Hoy podemos saberlo todo sobre lo que ocurre en el planeta. Todo.

Gracias a los drones y el sistema de GPS, hoy los arqueólogos han descubierto bajo la tupida selva del Amazonas los basamentos de una ciudad antigua, ahí donde otras generaciones supusieron una cultura de chozas.

Hoy en las pantallas del cuarto de mando de un barco, puede verse el sistema climático de 100 kilómetros a la redonda –y más: puede verse el sistema climático que habrá en 48 horas.

En tanto, en México, seguimos hablando del Narco-Estado como si fuéramos ciegos. Si existe, ¿dónde? ¿Con qué fuerza bélica?

¿Quién conoce el mapa del Narco-Estado?

Acaso los tres generales cimeros del Ejército. Acaso se lo han presentado ya a la Presidenta. Acaso se lo presentaron a los anteriores presidentes.

Los civiles no lo sabemos ni conocemos ese mapa, y por eso la conversación pública sobre el Narco Estado consiste en lanzarse la palabra como un insulto –y sin consecuencia alguna.

Excepto que el periodismo serio sí ha ido detectando las zonas donde el Narco de facto gobierna.

El primer territorio así del que tuvimos noticia, fue el Triángulo Dorado, un territorio en entre los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango. Hace ya décadas los reportajes de la revista Proceso dieron cuenta de esa zona montañosa en cuyas garitas de carretera vigilan los narcos o los soldados indistintamente y en comunicación.

Las investigaciones de lo acaecido en Morelos, la noche del 26 de septiembre del año 2014, en que 43 normalistas fueron secuestrados y probablemente calcinados, coinciden en señalar que en la operación se coordinaron el Ejército, la policía local de Morelos, el gobierno local de Iguala y el grupo de narcotraficantes Guerreros Unidos –y esto es lo crucial: de una forma cordial que acusa la cotidianidad de esa cooperación.

Un tercer territorio controlado por el Narco, es Tamaulipas. Luego de una investigación de once años, Marcela Turatti y su equipo de periodistas, han publicado un reportaje, Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas, que no deja dudas de cómo el triunvirato del Narco, el Ejército y el débil gobierno local, mandan ahí.

¿Qué otras zonas pertenecen al Narco-Estado?

El secretario de Seguridad, Omar Harfuch, anunció que focalizará la lucha contra el Narco en 6 estados –Guanajuato, Baja California, Chihuahua, Guerrero, Jalisco y Sinaloa. Si es ahí donde supone que se concentra el Narco, cabe preguntarle el por qué ignora lo que el periodismo sí sabe. ¿Por qué no considera a Morelos y a Tamaulipas?

Un mapa además completo, tendría que abrirse hacia Sudamérica, donde el narco mexicano ya impera; y hacia los EUA, el territorio donde el narco mexicano se abastece de dinero y armas.

Sin ese mapa completo, hablar de enfrentar al narco es pura fantasía.

Ya el presidente Calderón lanzó a una guerra contra el Narco sin conocer ni dónde estaba ni cuál era su fuerza bélica. Su primer secretario de Gobernación, Ramírez Acuña, confesó esa ceguera en su momento.

Sabemos el resultado devastador. El comandante de la guerra vino a ser también su capo principal, García Luna; el ejército llegó a sus propios pactos con el enemigo; y murieron más de cien mil personas.

Ya los presidentes Peña Nieto y López Obrador intentaron el camino inverso. Una suerte de tregua secreta con el Narco –tácita o formal, no lo sabemos–, con la misma consecuencia: la ampliación de las violencias del Narco.

Pensar con el mapa abierto del Narco-Estado de seguro agotaría los debates centrados en el alma virtuosa o mala de un presidente u otro. Y es probable que nos llevara a una solución distinta.

Tal vez la solución que comentan hoy en voz baja algunos generales: es tiempo de un armisticio, semejante al que el gobierno de Colombia celebró con la guerrilla, no porque la guerrilla fuera una fuerza amable y honrosa, sino por lo contrario, porque era una fuerza destructora y demasiado poderosa como para aplastarla.

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