El Titanic surcaba las aguas heladas del Atlántico Norte. Los pasajeros brindaban ajenos al peligro que acechaba. A kilómetros de distancia, operadores de radio de otros barcos enviaban mensajes desesperados: “Cuidado, icebergs adelante”. Pero en el puente del Titanic, la arrogancia ahogaba las advertencias. “Este barco es insumergible”, se jactaban. Horas después, el “insumergible” yacía en el fondo del océano.
A unas horas de que se cumpla -o no- la amenaza de Donald Trump de imponer aranceles del 25% a México y Canadá a partir del 1 de febrero de 2025, la incertidumbre es palpable. La medida, lejos de ser un simple anuncio de Trump, es un misil dirigido al corazón del orden comercial que ha sostenido la prosperidad de la región por décadas.
En las reuniones de negocio, en los círculos políticos y financieros de ambos países, la pregunta que más se repite es ¿se harán realidad los aranceles el sábado próximo? ¿En verdad vienen los aranceles?
Hay, me parece, dos escenarios posibles:
Primero, una nueva era sin reglas. Trump decide cumplir su amenaza. De un plumazo, borra años de integración económica. El T-MEC se convierte en papel mojado. Es el escenario más alarmante.
Con la administración Trump, hemos entrado en una era donde las reglas del juego internacional parecen haberse evaporado y sólo pesan sus políticas unilaterales. Sin respeto por los tratados internacionales, ni valor alguno a los documentos multilaterales. Lo único que parece importar son los intereses personales de Trump, sus compromisos ideológicos y su visión particular del mundo.
En este escenario la imposición de estos gravámenes significaría un golpe devastador para las economías de México, Canadá e incluso Estados Unidos, con repercusiones que se extenderían como ondas, afectando sectores clave como el automotriz, el agrícola y el energético. Las cadenas de suministro se desmoronan. La inflación se dispara. Y todo ¿para qué? Para que Trump pueda presumir ante sus seguidores que “puso en su lugar” a los vecinos.
El segundo escenario es menos catastrófico, pero igual de revelador. La posibilidad de que esta amenaza sea, en realidad, una táctica de negociación al más puro estilo Trump. Trump fanfarronea. Usa la amenaza de aranceles como palanca de negociación, esperando concesiones en temas clave para su gobierno. Es el “arte del trato” llevado a la diplomacia internacional. Como ya vimos en el reciente encontronazo con Colombia, el mandatario estadounidense ha demostrado una peculiar habilidad para utilizar las amenazas como moneda de cambio en la mesa de negociaciones.
En este contexto, los aranceles se convierten en una carta que Trump juega para presionar a México y Canadá a ceder en temas como la inmigración ilegal y el tráfico de fentanilo (como lo repitió este jueves ante medios de comunicación). La fecha límite del 1 de febrero no sería entonces una sentencia, sino el inicio de un juego de póker diplomático donde Trump espera que sus vecinos muestren sus cartas primero.
Trump, fiel a su estilo, ha logrado que todos los ojos estén puestos en él, convirtiendo una decisión económica en un espectáculo político de alcance internacional.
¿Cuál será el escenario que se cumpla? Para una mayoría de analistas y de tomadores de decisiones, el escenario de que Trump sólo esté utilizando la amenaza como un arma de presión es prácticamente el único posible. La imposición de aranceles equivaldría a “darse un balazo en el pie” por el daño a la economía en Estados Unidos y la inflación que desataría en su propio país. Es verdad.
Sin embargo, no podemos dejar de entender que con Trump, la lógica en la toma de decisiones pareciera haberse vuelto algo secundario. Lo que importa es el espectáculo, la percepción de fuerza, el culto a la personalidad del líder que, como ya vimos, puede sacudir el sistema con un tuit.
X: @solange_