La Navidad es una festividad celebrada de diversas maneras en distintas partes del mundo, ya sea por motivos religiosos, por tradición cultural o simplemente por costumbre social. Sin embargo, cuando observamos la situación política y humanitaria en Palestina, especialmente en un contexto tan simbólicamente marcado como es el de está celebración, surgen diversos cuestionamientos que nos invitan a una reflexión profunda. La contradicción que se nos presenta es dolorosa: mientras se celebra el nacimiento de una figura que, en la tradición cristiana, representa la esperanza y la paz, la tierra en la que supuestamente nació se encuentra atrapada en un ciclo de violencia y sufrimiento sin fin.
En primer lugar, es importante entender que el genocidio que se gesta en Palestina no es solo una tragedia humanitaria, sino también una crisis que afecta a nuestra concepción misma de la dignidad humana y de la justicia. Belén, la ciudad que según la tradición cristiana fue el lugar donde nació Jesucristo, se encuentra en la franja de Gaza, ubicada en el territorio ocupado de Cisjordania y actualmente es el epicentro de la guerra que mantiene el estado impuesto de Israel sobre el pueblo palestino.
La figura de Jesús de Nazaret, asociada con la paz, el amor y la fraternidad, parece estar distante de la brutalidad de la ocupación, los ataques aéreos y el desplazamiento forzado, así como las miles de muertes y vejaciones que sufren los palestinos. Esta contradicción exige una reflexión crítica y coherente, entre los valores que profesamos como sociedad y las realidades que permitimos.
La filósofa Hannah Arendt escribió sobre la "banalidad del mal", refiriéndose a cómo las sociedades pueden permitir atrocidades cuando las personas dejan de cuestionar las estructuras de poder y se conforman con la obediencia y la indiferencia. En el caso de Palestina, vemos cómo la indiferencia y la falta de acción ante las violaciones sistemáticas de los derechos humanos se convierten en una especie de "normalidad". La Navidad entonces, parece más bien un recordatorio amargo de que nuestras celebraciones y discursos son, en muchos casos, vacíos si no van acompañados de un compromiso real de acción frente a las injusticias. Esta "banalidad" se manifiesta en la forma en que la violencia en Palestina, un genocidio en marcha, es vista como un conflicto tan lejano como ajeno.
El sufrimiento del pueblo palestino exige nuestra respuesta, no solo intelectual, sino moral y práctica. Si realmente creemos en la dignidad humana, en los derechos universales, en la justicia y la paz, entonces no podemos seguir permitiendo que sus gritos de auxilio sean ignorados, no solo por gobiernos y organismos internacionales, sino también por nosotros mismos, en nuestra cotidiana vida moral.
Y es que, ¿A caso no es el mismo Dios, cuyo nacimiento se rememora en está fecha, el que vivió la persecución, el exilio y la huida como un refugiado, tal como ocurre hoy con el pueblo palestino?
“Belén, la ciudad que según la tradición cristiana fue el lugar donde nació Jesucristo, se encuentra en la franja de Gaza”…