Cada 16 de septiembre, en el país se celebra con gran fervor la festividad con motivo del Día de la Independencia, una fecha que conmemora el inicio de su lucha por la libertad en el año de 1810. Este proceso histórico complejo, marcó el fin de la Nueva España como una colonia dependiente de la corona española y el inicio de la formación de México como un país independiente. Dicha celebración marca el inicio del festejo de las llamadas “Fiestas patrias”, que, junto con el aniversario de la Revolución Mexicana, conmemoran eventos clave en la historia del país. No obstante, en muchas de estas celebraciones, la imagen que predomina es una estereotipación de la vestimenta y los valores culturales de todo aquello considerado como “lo mexicano”, lo que genera una serie de cuestionamientos y debates en torno a la representación y la estética de la identidad mexicana.
Durante esta época del año, es común ver a las personas vistiendo blusas bordadas, sombreros amplios, bigotes, trajes de charro, etc., e incluso figuras alusivas a Frida Kahlo o a la muñeca artesanal “Lele”, los cuales son elementos recurrentes tomados como bastión de la mexicanidad que, aunque tienen su lugar en la historia de México, no corresponden necesariamente a los eventos que se celebran. Otro aspecto que destacar es que la indumentaria típica predilecta para estas fechas pareciera emular más a la vestimenta propia de la Revolución Mexicana, evento histórico celebrado casi un siglo después… ¿Esto quiere decir que nos debemos vestir con casacas, mantillas y vestidos largos? ¡No! La reflexión y el impacto cultural de estos estereotipos es mucho más complejo como para reducirse a ello.
Para explicar lo anterior, tomemos el ejemplo los postulados de la Escuela de Frankfurt, una escuela de pensamiento cuyo enfoque crítico hacia la cultura y la sociedad moderna, ofrece una visión aguda sobre el fenómeno de la conversión de la cultura de los pueblos en productos de consumo masivo. En el análisis de este proceso, teóricos como Theodor Adorno y Max Horkheimer, argumentan que la cultura se ha transformado en una mercancía dentro del sistema capitalista, sacrificando tanto la autenticidad como la diversidad cultural en aras de la estandarización y el consumo. Y recordemos que en México muchas de estas prendas y productos típicos no son artesanales, sino que, son productos producidos en masa o imitaciones, para cumplir con la alta demanda de estas fechas.
Desde esta perspectiva, la cultura, que una vez fue un medio para expresar la identidad y la experiencia vivida de los pueblos, se ha convertido en un producto de consumo. Siguiendo con Adorno y Horkheimer, la cultura popular, en su función como mercancía, pierde su carácter genuino, por lo que, en lugar de ser una forma de expresión individual y colectiva, la cultura se adapta a las demandas del mercado, donde su valor se mide por su capacidad de generar ganancias más que por su valor cultural o histórico.
Además, el proceso de convertir la cultura en productos de consumo masivo lleva a una estandarización que resulta en la reducción de la diversidad cultural, ya que las expresiones culturales únicas y locales son sacrificadas en favor de versiones diluidas que pueden ser fácilmente consumidas por un público amplio. MADE IN CHINA
Recapitulando, la autenticidad de las tradiciones y costumbres se desvanece cuando se transforman en productos uniformes destinados a un mercado global, por lo que la conversión de la cultura en mercancía no solo afecta su forma, sino también su contenido y significado, ya que la identidad cultural, que una vez se formó a través de prácticas vivas y significativas, se convierte en un estereotipo superficial destinado a atraer a consumidores en lugar de reflejar la realidad de las comunidades a las que aquellas pertenecen.
Por lo anterior, es necesario un cuestionamiento continuo del papel de la industrialización de la cultura en la configuración de la identidad y la memoria nacional.
La identidad cultural, que una vez se formó a través de prácticas vivas y significativas, se convierte en un estereotipo superficial destinado a atraer a consumidores en lugar de reflejar la realidad de las comunidades a las que aquellas pertenecen.