Por décadas, la lucha libre mexicana ha sido mucho más que un espectáculo. Es cultura, es identidad, es historia y memoria colectiva.

La reciente compra de Lucha Libre AAA Worldwide, fundada por Antonio Peña, por parte de la empresa estadounidense World Wrestling Entertainment (WWE), ha desatado inquietudes legítimas sobre el rumbo que tomará esta disciplina. Pero es importante decirlo con toda claridad: ¡La lucha libre mexicana no ha muerto! Tampoco se agota ni se define a través del rumbo de una sola empresa.

La lucha libre es patrimonio cultural porque así lo hemos decidido los mexicanos. No lo dicta una fusión corporativa ni un interés extranjero. Lo establece la afición que acude a las arenas cada fin de semana, el luchador que se entrega en condiciones adversas, el niño que guarda una máscara como si fuera una reliquia. El valor de este patrimonio no se esfuma con la venta de una marca. Se sostiene en la herencia, en la tradición y en las historias que han pasado de generación en generación.

AAA, con sus luces, su influencia mediática y sus aciertos, ha sido una parte del todo, pero nunca ha sido el todo. La lucha libre nacional no depende de su existencia para sobrevivir. De hecho, este momento representa una oportunidad, la coyuntura perfecta para mirar hacia donde realmente late el corazón de este deporte: las arenas locales, los recintos pequeños donde aún se respira la lucha con intensidad, donde los aplausos no se venden, se ganan.

La escena independiente no sólo resiste: crea, innova, sostiene la esencia de la lucha libre mexicana. En ella no hay grandes presupuestos ni producción de otro país, pero hay pasión, talento y compromiso con una tradición que no acepta que la definan “desde afuera”.

Es en las arenas locales donde convergen distintos actores sociales: desde vendedores, luchadores, aficionados, réferis, etc. Todos ellos forman una comunidad que no solo consumen o se favorecen económicamente del espectáculo, sino que lo sostienen y lo promueven.

Lo que hace grande a la lucha libre no se compra ni se negocia. Se entrena, se sufre, se grita. Se hereda. La lucha libre no ha muerto. Está viva, más viva que nunca, en cada esquinero de provincia, en cada arena olvidada por la televisión, en cada luchador que sube al ring sin más promesa que el amor por este arte.

Aún es muy pronto para saber qué rumbo tomará AAA bajo el mando de WWE. Es innegable que se trata de una de las empresas mexicanas más influyentes y mediáticas en la historia reciente de la lucha libre. Sin embargo, este momento también nos invita a mirar hacia abajo, hacia el underground, hacia las arenas independientes donde la pasión sigue intacta. Es ahí donde se mantienen vivas las raíces del pancracio nacional, lejos del espectáculo globalizado y cerca del corazón de la afición.

“… este momento también nos invita a mirar hacia abajo, hacia el underground, hacia las arenas independientes donde la pasión sigue intacta. Es ahí donde se mantienen vivas las raíces del pancracio nacional”…

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