Debido a su “institucionalización”, la Historia del Arte en México, muchas veces, se parece más a un mausoleo que a una práctica viva. Se enaltece lo antiguo, lo consagrado, lo que ya fue validado por el tiempo y por los grupos hegemónicos en el poder. Mientras tanto, el arte que hoy se produce, en comunidades indígenas, barrios urbanos, espacios autogestivos, emergentes o digitales, (incluso dentro de los mismos museos), sigue sin recibir un interés en su documentación y difusión, como formas de asegurar su preservación. Lo anterior, presenta una omisión preocupante: la ausencia de un registro histórico del arte local y de sus creadores.
El país posee una riqueza artística vasta y diversa, sin embargo, gran parte de esta producción permanece en el anonimato por la falta de estructuras institucionales dedicadas a su registro, estudio y preservación. No se trata únicamente de una omisión técnica, sino de una falla estructural en el reconocimiento de los aportes culturales que surgen fuera del canon oficial, centralizado y frecuentemente elitista de las instituciones. Esta situación no solo borra trayectorias valiosas, sino que impide a las generaciones futuras construir una visión amplia y crítica del arte nacional.
El arte no es solo herencia, también es presente. Cada obra no registrada, cada voz creativa ignorada, es una pérdida para la historia que aún estamos escribiendo. Sin documentación y sin un registro, el arte que no se nombra o se conoce, desaparece.
Las y los artistas que desarrollan su obra en regiones ajenas a los grandes centros urbanos suelen quedar fuera de catálogos, museos, bases de datos y programas de fomento cultural; de este modo, la narrativa oficial del arte mexicano se convierte en un espejo deformado que solo refleja una parte de la realidad cultural del país.
El arte local que no se documenta o registra, queda más expuesto a la apropiación indebida, la pérdida o la invisibilización en espacios de representación cultural.
Para revertir la falta de registro del arte local en México, es necesario impulsar una estrategia integral que incluya el fortalecimiento de archivos comunitarios autogestivos, una formación académica crítica que descentralice la enseñanza de la Historia del Arte y valore las expresiones locales, la colaboración activa de instituciones culturales en la inclusión y documentación de creadores de distintas regiones, así como el desarrollo de plataformas digitales accesibles, abiertas y actualizables que permitan preservar y difundir su producción.
Documentar el arte local que se produce en el país, sin importar su origen o formato, no es un gesto de inclusión: es una necesidad. Porque el arte sigue produciéndose en México, con fuerza, diversidad y profundidad, por lo que merece ser visto, nombrado y conservado.
No basta con admirar lo viejo, también hay que registrar lo que estamos viviendo. Nombrar al arte, es reconocer su existencia; documentarlo es asegurar su lugar en la memoria colectiva.
“El arte local que no se documenta o registra, queda más expuesto a la apropiación indebida, la pérdida o la invisibilización en espacios de representación cultural”…
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