El 8 de marzo, tiene sus raíces en la lucha de las mujeres trabajadoras a principios del siglo XX, cuando un grupo de obreras textiles en Nueva York, en 1908, se levantó contra las condiciones laborales inhumanas que enfrentaban. Posteriormente, el 19 de marzo de 1911, el Partido Socialista de los Estados Unidos, propuso la instauración de un Día Internacional de la Mujer trabajadora para la reivindicación y reconocimiento del papel de las mujeres en el ámbito económico-laboral, así como su derecho a la participación plena, igualitaria y equitativa en todos los ámbitos: político, económico, laboral, sexual, entre otros. Posteriormente, en 1917, colectivos de mujeres rusas se declararon en huelga, para pedir el fin de la guerra, el cese al fuego, el derecho al voto y a contar con alimentos.
A través del tiempo, los movimientos, exigencias y las protestas de las mujeres, se propagaron rápidamente en los países más industrializados, lo que desencadenó que en varios de ellos se institucionalizara el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, hasta que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo declaró oficialmente en 1975. Sin embargo, a lo largo de las décadas, el 8 de marzo se ha ido resignificando.
De acuerdo con la historiadora Silvia Federici, las mujeres obreras de la Revolución Industrial eran víctimas no solo de la explotación laboral, sino también de un sistema patriarcal que las relegaba a roles de subordinación en todos los aspectos de la vida. Las jornadas laborales excesivas, los bajos salarios, los abusos y la falta de derechos básicos se convirtieron en el epicentro de una lucha que no solo buscaba mejores condiciones laborales, sino también la visibilidad de las mujeres en un mundo dominado por los hombres. Este contexto de opresión generó la primera gran huelga, un acto de resistencia que aún resuena en la memoria colectiva.
Por otro lado, la filósofa Linda Martín Alcoff menciona que, a lo largo del tiempo, la lucha por los derechos de las mujeres ya no se limitó a los espacios laborales, sino que comenzó a reflejar las diferentes formas de violencia a las que las mujeres están expuestas en el ámbito privado y público. En este sentido, el 8 de marzo pasó a ser una jornada de protesta contra todas las formas de violencia de género: la violencia psicológica, económica, sexual y, especialmente, la feminicida, que ha cobrado miles de vidas en todo el mundo.
La lucha por la igualdad laboral, que fue el detonante original, dejó de ser el único eje de la movilización para incluir las demandas por la justicia en torno a las víctimas de feminicidio, la visibilidad del trabajo doméstico no remunerado y la erradicación de los estereotipos que subyugan a las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Y es que, retomando los postulados de la antropóloga Rita Segato, las mujeres hemos empezado a reconocer que la opresión no es solo una cuestión de salario, sino una estructura de violencia profundamente enraizada en las normas sociales, que nos condena a una posición de desigualdad constante.
“Las mujeres hemos empezado a reconocer que la opresión no es solo una cuestión de salario, sino una estructura de violencia profundamente enraizada en las normas sociales” …
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