Recientemente, las declaraciones de la diseñadora Anaís Samanez y el editor de Vogue Latinoamérica, José Forteza, sobre la apropiación y comercialización de los saberes del pueblo Shipibo-Konibo en Perú, han desatado una polémica necesaria sobre el respeto, la ética y la sensibilidad cultural en el ámbito de la moda. Estos comentarios no solo reflejan la desconexión de ciertos sectores privilegiados con las realidades de las comunidades indígenas, sino también un grave desconocimiento del significado profundo que estas tradiciones tienen para los pueblos originarios.
“Si no fuera porque ella hizo esto, tú sigues muriéndote de hambre con el ancestro” fue una de las declaraciones que hizo José Forteza, durante la segunda edición del evento de moda sostenible “Orígenes 2024”, en la ciudad de Lima, Perú. Este tipo de comentarios y actitudes perpetúan una historia de colonización cultural que sigue presente en muchas de las prácticas contemporáneas. El patrimonio de los pueblos indígenas, lejos de ser un “aderezo” para las pasarelas, es un bien que forma parte integral de sus identidades, de su lucha por la autonomía y la preservación de su cultura.
La apropiación de los saberes, técnicas y diseños de las comunidades indígenas sin el debido respeto, sin la participación ni el consentimiento de sus portadores, no solo despoja a estas comunidades de sus derechos, sino que los reduce a meros objetos de consumo.
Cuando figuras prominentes de la moda se adentran en estos territorios sin una conciencia crítica, terminan transformando tradiciones milenarias en elementos comerciales, despojados de su contexto y significado.
La apropiación cultural, no es solo una cuestión estética; es una cuestión ética. Los saberes ancestrales no son mercancías que pueden ser utilizadas de manera indiscriminada para la creación de tendencias o para el enriquecimiento de empresas. Los pueblos indígenas han sufrido durante siglos el robo de sus recursos, la negación de sus derechos y la invisibilización de sus culturas y, cuando sus saberes se comercializan sin el reconocimiento adecuado, se perpetúa una lógica de explotación y despojo que los sigue marginalizando.
La globalización ha permitido que algunas culturas se visibilicen, pero esta visibilidad no debe ser sinónimo de apropiación.
Es imperativo que aprendamos a ver a las culturas indígenas no solo como “fuentes de inspiración” para nuestros productos de consumo, sino como interlocutores que deben ser reconocidos en su capacidad para preservar su propio patrimonio. Y más aún, debe fomentarse la colaboración con las comunidades, que puede incluir desde la remuneración justa por el uso de sus tradiciones hasta el involucramiento directo de los portadores de estos saberes en los procesos creativos.
A través de la educación, la sensibilización y el respeto, podemos contribuir a que las culturas indígenas no sean reducidas a meros objetos comerciales, sino que sean celebradas, respetadas y protegidas en su integridad.
Es imperativo que aprendamos a ver a las culturas indígenas no solo como “fuentes de inspiración” para nuestros productos de consumo, sino como interlocutores que deben ser respetados y reconocidos en su capacidad para preservar su propio patrimonio.
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