Ni siquiera la definición está clara. Sucede lo mismo con la definición de progreso, de desarrollo, de competitividad o de felicidad incluso. Para poder medir esos conceptos, hay que enfocarse en algunas variables que —aunque sean subjetivas— puedan evaluarse. El centra su métrica en preguntas que los encuestados evalúan del cero al diez. Los del IMCO acotan el término a la capacidad de atraer talento e inversión de las ciudades, estados o países y eligen variables de fuentes públicas para su medición. El índice de desarrollo más conocido —el de Desarrollo Humano—usa métricas relacionadas con alfabetización, expectativa de vida y crecimiento económico.

Ojalá lograr bienestar fuera tan sencillo como agregar el término a cualquier cosa. Miel del bienestar es el más reciente. La miel se suma al chocolate del bienestar, al frijol del bienestar, al café, a las pensiones, al gas, al banco del bienestar. Hasta la estructura fiscal de Pemex está acompañada del término con la Tasa Única del Bienestar. Las farmacias del bienestar, incluyendo la megabodega en el Estado de México, no han resuelto ni remotamente el acceso de la población a las medicinas que el IMSS-Bienestar ha prometido por años ya. El desabasto es crítico desde hace varios años y la solución no se ve en el horizonte. Las promesas del bienestar se han quedado en eso.

Como estrategia mercadológica funciona. Es más fácil cambiar el nombre que dar resultados. Es más sencillo comunicar con títulos pegadores que resolver estructuras de concentración o desarrollar políticas públicas mejor enfocadas.

La semana pasada en las reuniones financieras que tuvieron lugar en Washington, D.C. se habló poco de México. El Fondo Monetario Internacional recortó la perspectiva de crecimiento del país para 2025 a una contracción de 0.3%, y el Banco Mundial espera que México no crezca este año. Los dos organismos se suman a la preocupación de otras instituciones sobre el impacto que tendrá la política comercial de Trump sobre la economía mexicana, pero se habla también de debilidades estructurales.

El bienestar, ese conjunto de cosas necesarias para vivir bien, como normalmente se define, no está del todo determinado por las variables económicas usuales, pero la correlación con ellas existe. Será difícil lograr mejores condiciones en una economía con nulo crecimiento o con una caída en la producción que suele venir acompañada de choques fuertes en el mercado laboral.

El Plan México cobra mayor relevancia en este contexto. La política industrial será importante en la medida en la que se permita la inversión, se otorgue certeza jurídica, se genere una fuerza laboral mejor preparada y se provea de infraestructura sólida que sostenga los proyectos de desarrollo en los polos del bienestar (sí, también del bienestar).

Porque al final, lo que importa es la capacidad real del Estado para articular políticas públicas efectivas. Llamar “bienestar” a todo no resuelve los problemas estructurales ni compensa las ausencias institucionales. Se necesita planeación, capacidad técnica, recursos y, sobre todo, voluntad política para priorizar lo que verdaderamente eleva la calidad de vida de las personas.

Será difícil alcanzar mayor bienestar sin crecimiento económico sostenible, sin acceso efectivo a servicios de salud, sin educación de calidad, sin seguridad, sin un sistema fiscal eficiente y progresivo, sin certidumbre jurídica.

El bienestar es un objetivo deseable. Pero lograrlo exige más que etiquetas. Exige Estado.

@ValeriaMoy

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