La confrontación de las ideas es piedra angular de toda libertad; sociedades que suelen tener una arraigada tradición en la discusión y la oratoria ostentan firmes estructuras legales. Ejemplos modernos abundan: Martin Luther King, Bill Clinton o Barack Obama de los Estados Unidos; Justin Trudeau de Canadá y Cayetana Álvarez de España, hacen crecer el pensamiento colectivo.

En el mundo anglosajón la retórica es parte del día a día, prueba de ello son los procedimientos judiciales orales, la prédica religiosa y las competencias deliberativas escolares formadoras de figuras que a la postre trascienden.

Para muestra, recientemente Biden retó a dos debates anticipados al virtual opositor Donald Trump, no esperó a que la comisión independiente que los regula los convocara. La invitación modela la cultura política que mueve a esa nación en la que no se rehúye a la controversia, por el contrario, se le reconoce como un mecanismo de cotejo de las plataformas de las candidaturas, con el solo propósito de persuadir a la población de ser la alternativa optima y que esto se vea reflejado en el sufragio.

No es el caso de México. Los encuentros que hemos visto se alejan diametralmente de una verdadera polémica para ser meras reuniones anecdóticas cargadas de diatribas sin fondo y orden en las que con total soberbia de sus participantes no se contestan, se ignoran, condición que alcanza a los moderadores que transitan en una categórica indiferencia que raya en la burla. En estos ejercicios no hay ganadores, Sheinbaum, Gálvez y Máynez, perdieron al dejar de lado la oportunidad de exponer su proyecto frente al otro, de contrastarlo con el uso inteligente de la dialéctica y convencer que son la opción deseable.

La razón deviene por la dirección que los partidos mayoritarios desempeñan en lo electoral. Nombran magistrados, consejeros, acuerdan formatos, en síntesis, toman el dominio con absolutez y lo someten a sus caprichos y para colmo viven del dinero de todos, del erario.

La nuestra es una democracia que camina a empujones y sombrerazos, en un entorno de rudeza, es el sello de casa, en la que sin pudor, ni sanción, interviene el Presidente, Gobernadores y ahora se suma un tercer factor determinante: el crimen organizado.

El domingo fuimos testigos de los cuestionamientos sin respuesta que Xóchilt hizo a Claudia. La oficialista dedicó su discurso para defender a López Obrador, quizá lo mejor hubiese sido que él debatiera y no ella. El escenario lo cerró Máynez, en soliloquio, no lo escucharon, no importó que sus planteamientos fueran atendibles.

Lanzar acusaciones, pedir explicaciones, evidenciar, es lo que distingue a estos duelos que presuponen igualdad de armas, lo que es inaceptable es el desprecio al deber, esencialmente liberal, de replicar, ofendiendo a los ciudadanos al colocarlos como simples objetos de trámite, olvidando que son los portadores de la llave fundamental de la contienda.

Es lo que hay. Una pelea callejera por el poder en la que el actor principal, el que vota, se le ve como un mal necesario al que pretenden doblegar mediante programas sociales o con miedo, pero sin argumentos. Es la democracia a la mexicana.

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