Se puede dar testimonio de socialismos moderados exitosos en el orbe; Noruega, Finlandia, Dinamarca, Nueva Zelanda y Alemania, por citar algunos. Eje central de su cometido es la diversificación de la economía, el libre mercado, la alta calidad de vida con estructuras de salud y educación prestigiosas, transición tecnológica, energías renovables, bajos niveles de pobreza, en escenarios seguros, ausente de violencia y de corrupción. El común denominador de estas naciones es la robustez de sus instituciones, no en tamaño sino en su eficiencia y respeto, en síntesis, se dedican a lo suyo.
Al estudiarlos nos damos cuenta de que la marginación no existe, son sociedades mayoritariamente igualitarias e instruidas. Los partidos edifican su declaración de principios y programas de acción en políticas verdes, su objetivo es encausar el desarrollo con aprecio a sus entornos siendo el derecho proveedor de certidumbre. Están convencidos de que la paz se consigue con orden y se ve; calles, escuelas, hospitales, servicios, todo es pulcro. Romper la regla tiene consecuencias, el que la hace generalmente la paga y, cuando es un artista, empresario, funcionario o alguien de fama, es fuertemente sancionado, el mensaje es directo: no importa quien seas debes de rendirte ante la ley.
Su base electoral lo cimentan en elevar la posición del ser humano favoreciendo la abundancia, riqueza y placidez, como medios de creación de poblaciones prósperas, ruta obligada del bienestar. Es verdad, el debate es enérgico, no obstante gozan de simbolismos que los une, entre ellos el deporte, ejércitos, himno, héroes, bandera, aman la gloria saben que su sabor es único e inigualable.
En México, el actual régimen surgió de la promesa de reivindicar a los desposeídos y olvidados. Erigió su nicho de influencia en la carencia, con un discurso de repulsa a la ambición y condena a la aspiración. Querer tener es mal visto, poseer peor. No se entendió el rol de la República, mucho menos de los pesos y contrapesos o el esencial papel de la Constitución y la necesidad de su interpretación, sin esta ¿cómo aplicarla? Se sintieron perseguidos, creyeron que era la cacería del establishment, no pensaron que se trataba de la perpetuación del propio sistema, el que los encumbró y que hoy desconocen.
Durante décadas lo externaron, origen de su proyecto es la explotación ideológica de la estrechez de un amplio sector en un contexto de crisis, lo que les dio gigantescos márgenes de victoria. Si esas condiciones los empoderaron, ¿vale la pena modificarlas? Dicho de otra manera, si el paradigma del hambre se vence habrá bonanza, luego crecerá la clase media enemiga del desamparo y si a esto se suma la obediencia a la norma, desaparecerá el conflicto y ambas circunstancias los privaría de su narrativa, que sin duda apuesta a la desventura.
El fin del Estado no es el gobierno, es su gente, creando las coyunturas adecuadas para que se desenvuelva en holgura y alcanzar el progreso. No es difícil comprender que la desgracia de un país es el sometimiento irracional a la voluntad del mandamás; tampoco es complicado percatarnos que estamos en ese camino, en donde el retorno será a largo plazo y con alto costo. Este año, con la votación judicial, se agrega una loza más a la democracia, tan repudiada y denostada por los mismos que en otros tiempos lucharon en defensa de las libertades que curiosamente ahora destruyen.
La mexicana no es izquierda, es vil populismo.
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