Hasta sospechosa se ha convertido la actitud que tomó la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo en torno a las recomendaciones enviadas por la Comisión de los Derechos Humanos del Estado de Hidalgo, quien pide, entre otras cosas, una disculpa pública del rector Octavio Castillo hacía los jóvenes que acusaron ser golpeados durante una manifestación.
La academia, además de exigir una pulcra cauda de conocimientos también demanda conocer la forma en que piensan los jóvenes, justamente para cumplir con su tarea de inducirlos al conocimiento. Y en muchas de las ocasiones, la comprensión se convierte en el mejor de los ingredientes para hacer que lo enseñado tenga resultados positivos.
Comprender el tiempo y la circunstancia en la que viven los jóvenes, es tarea indispensable para quienes se encuentran frente a grupo o bien, dirigiendo un instituto o una universidad, cosa que al parecer no han tomado en cuenta los actuales directivos de la UAEH.
El principio de tolerancia, fue olvidado por el rector Castillo cuando se dejó llevar por los abogados y sus tecnicismos para tener como respuesta una denuncia en contra de instituciones de buena fe como es el caso de la CDHEH.
Siempre destaca en el escenario hidalguense esa imponente infraestructura universitaria que supone que allí los muchachos se forman dentro de una marco humanista, libre y justo, sin embargo, con este tipo de actitudes, cualquiera podría considerar que la intelectualidad del rector Castillo, no es suficiente para vencer su visceralidad.
Bien sabemos, desde hace muchos años que la UAEH tiene un jefe máximo, Gerardo Sosa Castelán, que así lo ha demostrado durante unas cuatro décadas, aun cuando se encuentre en situaciones difíciles como la prisión. Y aquí, todos habríamos de suponer que el rector Castillo, atiende sus indicaciones en momentos de crisis.
Sin embargo, la ruta de confrontación escogida por el funcionario universitario, podríamos decir que carece de ese toque que permite mantener a las personas en el poder.
Los integrantes del Consejo Universitario bien podrían tener una mejor propuesta antes que judicializar un acto humano tan elemental como es pedir una disculpa.
Por supuesto que, para ello, es necesario y urgente una pequeña dosis de humildad que coloque al rector Castillo en los zapatos de un padre de familia que sabe que su hijo fue golpeado por haber pedido algo que considera justo y que por supuesto demandará justicia. En esta ocasión las cosas no fueron más allá que los golpes, aunque la actitud prepotente de quien manda, salió sin meditarlo.
Acarrear a la institución en una dinámica de confrontación es una decisión desmedida en cuanto al tamaño del acto de origen.
Históricamente las universidades han mantenido cierta rivalidad con las autoridades civiles por razones de pensamiento y para ello pelearon por su autonomía, la cual, en esta ocasión, no podría ser invocada porque sólo de trata de un acto de soberbia a un rector que por desgracia no actúa ni académicamente, ni moralmente como todo un pueblo lo espera.