Son distantes y distintos los enfoques en torno a la tragedia que se vivió con la muerte de Adriel, un jovencito de once años que salió de su casa de manera habitual como lo hacía todas las mañanas, pero en esta ocasión ya no volvió.
Se dice que fue víctima de la violencia intra escolar, en donde sus compañeros tuvieron mucho que ver, algunos por omisión y otros por comisión, sin embargo, si vemos el problema con un lente más abierto, vemos que el problema escala a otros protagonistas y los culpables son más.
Aquí en este supuesto, están los adultos encargados de cuidar a los muchachos, los directivos, los profesores y hasta los conserjes o prefectos.
Otro actor determinante, sin duda, es la sociedad de padres de familia, que se constituyen como garantes del bienestar de los niños y también de los recursos que llegan para mejorar el plantel.
Si había violencia es porque estaba permitida por los directivos; y si preguntamos porque no intervenían, pues una pronta respuesta es porque no existen valores y ética profesional en los encargados de esa tarea.
En verdad resulta inadmisible por distintas razones que el director Rufino Jiménez Reyes quien en su vida política cumplió tareas de síndico en San Salvador y ahora prospecto a regidor en Santiago de Anaya, al igual que la maestra Isela Percástegui se fugaron sin enfrentar sus responsabilidades civiles.
Claro está que Rufino Jiménez cometió una omisión de socorro a la víctima al evadir su responsabilidad y dejar que los padres se hicieran cargo de Adriel, cuando él se dolía de la golpiza mortal que le dieron.
Y la maestra, seguramente contaba sus planes de fiesta o de algún viaje a sus compañeras mientras ocurría este grave incidente que le costó los sueños a un chico de 11 años.
La indagación de los hechos que ya realiza la autoridad judicial deberá ser muy puntual en la carga de responsabilidades, pues hubo quien sostuvo que se trató de una caída.
Por lo visto no existen protocolos, no existe sensibilidad, por ello deberán abrir un frente moral y ético entre los encargados de la niñez hidalguense, porque otra víctima no se puede soportar.