La sociedad mexicana tiene como una de sus características más enraizadas, el respeto absoluto por la figura materna, familias extendidas enteras son lideradas regularmente por una mujer en la que ha recaído todo el peso de sacar adelante a cada uno de los miembros de la estirpe.

Siempre en las comunidades hay una mujer a la que todos acuden cuando se tiene algún problema, son figuras femeninas las más veneradas religiosamente, el día de las madres se convierte en celebración nacional de niveles incalculables.

Pero en la historia criminal del país, la clásica imagen matriarcal ha tenido que hacerse a un lado para poder comprender la culpabilidad de mujeres.

Foto: Especial
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Guadalupe Bejarano

Hemos hablado sobre los inicios del homicidio serial en México, depositándolos en la figura de Francisco Guerrero, “El Chalequero” cuyos crímenes se remontan a 1888.

Tan solo 4 años después de la aparición de las primeras víctimas de El Chalequero, en las calles de Río Consulado, un escándalo mayor se dio en plena Ciudad de México, una mujer era señalada de asesinar al menos a dos infantes tras someterlos a crueles sesiones de tortura.

Guadalupe Martínez de Bejarano fue hallada culpable de la muerte de la niña Crescencia Pineda, La Terrible Bejarano, como fue bautizada por la indignada sociedad de entonces, se especializaba en el uso del fuego para martirizar a sus víctimas, las quemaba de los brazos y piernas, las plantas de los pies. De igual manera, para lastimar los glúteos de las niñas, eran obligadas a sentarse en la hormilla caliente del brasero hirviente.

Los cuerpos sin vida de las menores presentaban las marcas y cicatrices de fuertes golpes propinados con cuerdas, Guadalupe Martínez Bejarano despojaba de sus ropas a las menores, las ataba de pies y manos para después colgarlas y propinarles tremendas golpizas hasta dejarlas inconscientes.

Crescencia Pineda no fue la única víctima de la Bejarano, en 1887 la niña Casimira Juárez.

Foto: Especial
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FELÍCITAS SÁNCHEZ, LA DESCUARTIZADORA DE LA COLONIA ROMA

La historia de Felícitas Sánchez Aguillón pareciera ser parte de una espantosa película de tintes gore, quizás no sea de conocimiento masivo debido a que las víctimas de la asesina en serie eran niños recién nacidos o de pocos meses de existencia.

No se conoce con exactitud la cantidad de víctimas que pudieron sucumbir ante los cuchillos y demás técnicas de homicidio y desaparición de cuerpos que Felícitas practicaba, lo mismo le daba descuartizar y arrojar al sanitario los restos de los cuerpos, que hervirlos en aceite o prenderlos con gasolina.

Durante los primeros años de la década de los 40, la comunidad de la colonia Roma se horrorizó al enterarse de que en los basureros y el desagüe estaban apareciendo diminutas extremidades cercenadas de cuerpos humanos, las investigaciones llegaron hasta el número 9 de la calle Salamanca, hogar y negocio de Felícitas Sánchez, quien los vecinos ubicaban como una vieja partera originaria de Veracruz con más de 15 años en el negocio de limpiar la honra de cuanta “señorita” solicitara sus servicios.

El modus vivendi de Felícitas consistió en un principio en la práctica de abortos que realizaba al interior de su propio domicilio, no fueron pocas las elegantes mujeres que, para limpiar su nombre con ayuda de la descuartizadora, acudieron a aquella clínica clandestina disfrazada de tienda con el nombre de “La Imperial”.

El 11 de abril de 1941, el mítico detective José Acosta, mismo que participara en las pesquisas de Goyo Cárdenas, detuvo a Salvador Martínez Nieves, plomero y cómplice de la descuartizadora, el mismo día cayó la descuartizadora.

El juez Clemente Castellanos decretó la formal prisión para la asesina el 26 de abril de 1941, sin embargo, los delitos fueron considerados como menores y logró la libertad bajo fianza tras un pago de 600 pesos.

La vida en libertad de Felícitas no duró mucho, pues ella misma decidió ponerle fin a su existencia en junio del mismo año, tras escribir un par de cartas y quitarse la vida al ingerir un frasco entero de Nembutal.

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